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No termina de sorprenderme que aquí, en este pedazo de tierra entre montañas, ante lo que es terrible, la respuesta sea lo violento.
Aparece el alcalde Gutiérrez en un video, con el que busca aplausos de sus áulicos y popularidad en las encuestas, condenando —no podría ser de otra manera— una acción repetida: dejar caer sobre los conductores, desde los puentes, objetos contundentes. Los casos no son pocos y algunos han terminado con personas muertas.
“Los derechos de los habitantes de calle no pueden estar por encima de los derechos del resto de ciudadanos”, dice el mandatario. Allá ellos, acá nosotros. No es extraña en él esa distinción entre los unos y los otros (los que no le gustan, de los que difiere, de los que piensan distinto a él), pero dejemos ese debate para después.
Déjenme centrarme en otro asunto, en la reacción. Su alocución por redes sociales es aplaudida. Solo en Instagram suma más de 30.000 “me gusta”. Pero hay que ver lo que dice la gente.
“Tristemente algunos de ellos ya pasaron los limites, deberían donarlos al zoológico! (sic)”, escribió alguno. “Los desechables gamines indigentes chirretes,deben estar encerrados, no en circulación social son un estorbo un peligro para la gente, la naturaleza y los animales (sic)”, aporta otra. “Sandwich con cianuro y salen para pintura (sic)”, agrega un fan de la solución total.
Hay otra cantidad de comentarios similares.
¡Ah, pero qué cantidad de nostálgico de la limpieza social! ¡Ah, pero qué tanto amigo de despersonalizar al otro! Quítalos de mi vista, Federico, claman. No importa qué, pero haz algo para no verlos más, le piden.
A mí me cansa ese relato del medellinense pujante y echado para adelante, me aburre tanta capacidad de autoelogio. Me asombra ese otro rango que nos distingue: la violencia. El discurso viral —e imprudente— del alcalde Gutiérrez (gobernante de una ciudad donde hay a quienes les ha parecido correcto quemar vivos a indigentes) fue solo leña para avivar el fuego, fue alimento para el monstruo que esconde esta sociedad que es capaz de desear muerte y desaparición para luego expiar sus culpas en iglesias y grutas místicas.
¿Qué tendrá esta tierra que es capaz de engendrar tanta rabia? ¿De qué estamos hechos para que estas montañas tengan que contener a tantos violentos? ¿De dónde nos vendrá este espíritu de ángeles exterminadores? ¿Qué Hammurabi nos habrá impuesto este código tan falto de humanismo donde crecieron muchos de nuestros males? ¿Por qué será que, visto lo visto, sufrido lo sufrido, habrá siempre público que proponga como salida una respuesta violenta?
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/