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Tengo un recuerdo de una Fiesta del Libro de hace muchos años: Tomás González y yo sentados en un muro del Orquideorama. Conversamos unos cuarenta minutos, recién lanzaba Abraham entre bandidos. Tomás era un escritor conocido, habían dicho que era el secreto mejor guardado de la literatura colombiana, pero todavía no tenía esa explosión que le dio La luz difícil. Tomás, entonces, septiembre de 2010, un año antes de lanzar esa novela, ya era un ser callado. Yo apenas empezaba a ser periodista de cultura, llevaba dos años en el periódico, haciendo otras cosas. Tenía 23 años y era tímida.

Así que en ese muro del Orquideorama estábamos dos tímidos conversando.

Ese es el recuerdo: conversamos delicioso. Fue una entrevista fluida, tranquila. Era sábado y no había mucha gente. Luego caminamos para tomar las fotos y Tomás dijo: se nota que me has leído mucho. Yo moví la cabeza, afirmando (mintiendo): no lo había leído tanto, pero lo había estudiado un montón la tarde anterior. Me gustó lo que dijo, fue como una pequeña clase de escritura.

Por ejemplo, pregunté: ¿Cree que la literatura manda al escritor y no al revés? Respondió: Para mí eso es un principio. Uno debe dejar que la novela se mueva sola. Es un ser casi vegetal, ella va sacando las hojas nuevas y uno no debe empujarla. Debe dejar que el inconsciente vaya haciendo aparecer las imágenes, sin uno empujar nada. Si llegaron seis meses sin avance, eso hay que esperar.

En mis recuerdos de Fiesta, ese está entre los primeros. Pero en tantos años, es difícil elegir: hace dos presenté mi primer libro de poemas, Tal vez a las cinco, y esa sensación, la de presentar un libro en la Fiesta, se siente como cuando el día está frío, y uno está metido en las cobijas tomando chocolate caliente.

Por la Fiesta he conocido a muchos escritores, a muchos amigos, he leído muchos libros por estar recorriendo estands, una vez me enamoré y he celebrado varios cumpleaños.

También la he visto desde lejos: desde el año pasado no estoy en Medellín en septiembre. Es triste no estar cuando hay una Fiesta que a uno le gusta tanto. Pero de lejos, esto es lo que se ve (o se comprueba): la Fiesta es de las cosas más importantes que tiene la ciudad.

Nos propone conversaciones, debates, nos pone a leer, a bailar, a encontrarnos, a tirarnos en el pasto a ver teatro. Y pasan cosas como que los niños que fueron al Jardín Lectura Viva hace 17 años, ya hoy tienen 24 y son, seguramente, los que están yendo a charlas de escritores, gastando los ahorros en un libro, llenando el Jardín Botánico. La Fiesta es una inversión en el futuro, con doble propósito: nos hace mejor el presente. Más felices. Para los lectores, para los que apenas se van a encantar con la lectura, para los libreros, los editores, los escritores. 

Porque quizás eso es lo que se ve en las redes, y por supuesto, son las redes viciadas de mis amigos: la felicidad que hay en esa Fiesta. Los recuerdos que están sumando.

A la Fiesta la he visto crecer —la primera rueda de prensa a la que fui, quizá 2009, fue en el piso 15 de la Alcaldía de Medellín y había unos personajes del bibliocirco abrazándonos; ya empezaba a ser una fiesta, pero no era tan grande—, la he visto ser grande, convertirse en los Eventos del Libro y, desafortunadamente, también achiquitarse —las reducciones de presupuestos de los últimos años y, sobre todo, los de la anterior administración—.

Pido reporte a una amiga. Dice: la siento menos majestuosa, pero está linda, siento el espíritu, la gente la ha disfrutado, ha asistido, pero le falta más presupuesto. Pido reporte a un amigo. Dice: la siento mejor que el año pasado, por ejemplo la distribución de las librerías del libros leídos está mucho mejor, se puede caminar y respirar. Siempre faltará presupuesto, pero por lo menos se nota que se ha usado con inteligencia. Lo que uno escucha, el comentario generalizado, es que el tiempo de preparación fue muy corto, la programación salió ocho días antes, falta planear con más tiempo, y ahí habrá que mejorar. Pero para mí, respecto al año pasado, mejoró muchísimo, la coordinación de los espacios, los invitados, el Jardín se ve muy bien. 

No era fácil esta Fiesta, cuando se cae mucho, hay que subir más. Pero los últimos años la lección que nos ha dejado este evento ha sido justamente que ya la necesitamos. Grande o pequeña, majestuosa o no, la gente responde. La Fiesta es de la gente. Es nuestra Fiesta. Y eso es lo fundamental. Además, sé que son muchos los que llevan varios años trabajando allí y la sostienen, se la cargan encima, pese a las dificultades. Eso hay que agradecerlo: a quienes desde la base, en silencio, con todo el amor que le tienen, la hacen posible. 

Ahora, que nos guste, que la celebremos, no quita que  tengamos que seguir exigiendo que el presupuesto aumente cada vez: el presupuesto debe ser más alto, en la Fiesta y en cultura en general. Es una inversión segura, en las personas, en la sociedad. Que no haya que hacer tantas maromas para que salga bien. Porque sale bien: hay muchas charlas a las que quisiera haber ido este año, muchos conciertos, muchos estands en los que quisiera tomarme fotos.

Escribo, sobre todo, desde la nostalgia de no estar allá. Quizá lo que quiero decir es que la extraño, que ojalá existiera la teletransportación, pero sobre todo que esa Fiesta es nuestra, y que sentir el abrazo que le damos, también nos abraza a los que estamos lejos. Hasta para eso alcanza la Fiesta del Libro de Medellín. Esa Fiesta es un hogar.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/monica-quintero/

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