Mi bisexualidad (in) visible

Mi bisexualidad (in) visible

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Fue un camino largo, no muy doloroso. Más sorprendente que doloroso o terrible. No sufrí expulsiones dramáticas, ni rechazos vehementes. No se me cerraron puertas ni se me ha pedido que calle mi voz. Tampoco se han retirado intereses románticos de la mesa cuando lo digo. Casi siempre, cuando lo admito en un comentario, explicando una historia, la respuesta es la misma: “¡Ay! ¿cómo te diste cuenta?, ¿cuándo?”. Mi respuesta es uniforme, practicada, simple. No tengo problema en darla; es interesante, después de todo, este cuento de ser bisexual.

Todas las personas cercanas a mí ya lo saben hace rato. Otras se han ido enterando gracias al fluir del chisme. Cuando salió, cuando empecé a admitirlo (yo empecé el chisme), no me ocasionó preocupación. Tengo que admitir que la bisexualidad —y esto lo pensé cuando me di cuenta— es mucho menos costosa (en términos de costos sociales) que la homosexualidad. De cierta manera, porque siempre supe que algo de maricada tenía, suspiré con alivio cuando decidí admitírmelo. Salir del clóset puertas adentro fue un proceso más largo que el de puertas afuera.

Además, hoy en día, podríamos llamarlo un capricho. Tengo novia, no soy muy amanerado, ni me visto ni actúo diferente a cualquier hombre heterosexual. No hay nada que apunte a mis preferencias cuando me miran. Algunas veces hago comentarios más explícitos de lo normal cuando hablo de hombres; algo que, supongo, no hace gente sin atracción. Pero eso puede ser todo. Puede parecer un invento: es imposible que ser bisexual no tenga, por lo menos, algo de impacto en el día a día de alguien. ¡Tiene que haber algo notorio!

Y pienso lo mismo. Pero, al mismo tiempo, lo celebro. Hoy puedo vivir tranquilo, aunque sea parte de una minoría, algo que sigue siendo inconcebible para la gran mayoría de minorías. Mi ambiente me protege, mis amigos son maduros y progresistas, y en palabras de mi hermana: “y a mí qué me importa, ni que a mí me importara que usted tenga el pelo café”.

Y vivo en esa burbuja el 99% de los días, cuando todavía en el mundo hay países que tiran personas a un calabozo por besar labios del mismo sexo. Y en mi mismo país, no muy lejos de donde vivo, todavía hay miles de personas que rechazarían ser cercanos a mí, o me tratarían distinto por mi supuesta condición invisible. Pero recordé que todavía existe un 1%. Un 1% que demuestra lo privilegiado que soy, pero que me recuerda que no, no es una condición invisible.

Fue cuando, en una rumba entre muchos, a unos viejos amigos se les notó cierta predisposición (y me ayudaron a notarla) al recordar que su amigo de la adolescencia, el supuesto “normal”, con el que hablaban de viejas, secretamente, todo ese tiempo, cuando creyeron estar protegidos de la homosexualidad, sentía una atracción por los hombres. No nos veíamos hace mucho y fue lo primero que me mencionaron al verme.

Esa interacción no me ocasionó rabia, ni decepción, ni dolor. De cierta manera, me llevó a esta columna. Me obligó a reflexionar sobre el hecho de que pertenezco a una comunidad que todos los días vive balanceando la invisibilidad y la notoriedad de su sexualidad. A pesar de que yo escojo la invisibilidad (más por predeterminado que por decisión consciente), me imagino cómo este mundo puede ser millones de veces peor para quienes no tienen la fortuna de vivir en el ambiente que disfruto todos los días. Me hizo recordar que invisibilizarlo es bastante inútil. Que, si mucho, vale la pena recordarlo, vivirlo, disfrutarlo, y ayudar a fomentar más ambientes como el que gozo.

Respondiendo preguntas sobre por qué ser bisexual se puede parecer a veces a preferir una pasta o una hamburguesa cuando tenemos hambre. Buscando por qué ciertas personas sienten precaución frente a los viejos amigos que admiten su sexualidad. Indagando cómo hacer el proceso de aceptación más fácil para todos. Y como esta realidad que vivo todos los días, me predispone, inevitablemente, como algo que nace desde el corazón, a estar atraído a las mujeres y a los hombres, en verdad nunca será invisible, no importa cuánto lo desee.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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