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Salomé Beyer

Un punto medio

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"Lo que no amo es que el Estado, tan fanático del capitalismo y de la propiedad privada, al mismo tiempo, trate a mi cuerpo como una cuestión pública."

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Una amiga de la universidad describió sus afinidades políticas como “neosocialistas”, mientras comíamos en un restaurante. Al escuchar esto, mi reacción fue mirar a nuestro alrededor, sintiendo pánico por la posibilidad de que las mesas cerca a la nuestra hubieran escuchado semejante adjetivo. Yo, una paisa de diecinueve años, en un restaurante de Edimburgo, sintiendo el miedo que todos los colombianos conocemos bien.

En Colombia, y tal vez en la mayoría de los países de occidente, mencionar el socialismo como algo positivo es equivalente a barrer un piso inmundo con la bandera de tu patria. Dudo, inclusive, de que esta comparación tan dramática le haga justicia a la ofensa que es para la comunidad colombiana cuando se habla del socialismo en un contexto diferente al apocalíptico. Por ende, casi me da la pálida cuando mi amiga se autoproclamó neosocialista, y procedió a criticar el capitalismo de su país, Estados Unidos. 

Indiscutiblemente Colombia tiene una afinidad incondicional, un amorío, por el capitalismo y lo que este representa. El orgullo de la cultura trabajadora de Colombia, el respeto a la propiedad privada, los incentivos para que negocios pequeños crezcan, influenciadores motivándonos a “comprar local” en el día sin IVA… todo esto significa lo mismo: Colombia ama el capitalismo.

¿Y quién no? ¿Quién no ama la libertad económica, que nadie se meta en la vida privada de nadie, tener la posibilidad de construir una riqueza propia y multiplicarla a punta de trabajo, no tenerle que responder al Estado (siempre y cuando sea dinero legal)? ¿Quién no ama incurrir en competencias sanas para obtener más clientes, tener acceso a los productos tanto del D1 como del Éxito, poder escoger dónde mercar, ir a Dollarcity a comprar disfraces de Halloween a diez mil pesos? Estoy segura que luego de estas preguntas, más de un lector tiene lágrimas en los ojos pensando en la belleza del esquema capitalista. 

Yo sí amo la libertad de expresión, sí amo tener acceso a productos de diferentes precios, sí amo que el Estado interfiera en el mercado únicamente cuando es necesario, y también amo poder tener la posibilidad de construir empresa.

Lo que no amo es que el Estado, tan fanático del capitalismo y de la propiedad privada, al mismo tiempo, trate a mi cuerpo como una cuestión pública. Al decirme lo que puedo hacer o no con él, al intervenir en una situación tan privada como lo es un embarazo, las líneas tan claramente marcadas por el capitalismo entre lo privado y lo público se borran. Otro componente que no amo para nada de esta falta de claridad y coherencia es que los llamados empresarios, amantes de “construir país”, sean tan claros con su posición frente a regular el cuerpo de otro ser humano. 

Actualmente, la Corte Constitucional está debatiendo la despenalización del aborto como derecho sexual y reproductivo, casi diez meses luego de la histórica despenalización del mismo en Argentina. El Espectador, a través de su campaña titulada Las Causales No Son Suficientes, ha resaltado cómo la penalización del aborto no sólo va en contra de los derechos sexuales y reproductivos de millones de colombianos, sino que también es completamente insostenible en un país tan fragmentado, en el que hay tanta diferencia entre las áreas urbanas y rurales y en el que el Estado laico no nos salva de estar sujetos a cuestiones religiosas.

La penalización del aborto no es sostenible mientras el tráfico sexual infantil sea una realidad prevalente, mientras la pobreza extrema lleve a embarazos no deseados, mientras la educación sexual de calidad y laica no alcance cada esquina del país. Simple. El aborto gratuito y seguro es necesario para garantizarles a todos los ciudadanos colombianos sus derechos humanos. Y, pilas, ¡También va de acuerdo a los ideales capitalistas que tanto admiramos!

Puede parecer simplista equiparar el aborto, para evitar hijos no deseados, con el capitalismo. Sí, estamos de acuerdo. Es una manera fácil de ver el aborto, sin considerar millones de puntos de vista y opiniones que hay al respecto. Pero por lo menos es un primer paso hacia la discusión, o mínimamente una invitación a reflexionar.

Tal vez tu respaldo por el capitalismo no provenga de las razones altruistas que proclamas; tal vez tu apoyo al capitalismo provenga únicamente del beneficio personal, y no porque es “lo mejor para el país.” O tal vez simplemente estás de acuerdo con el capitalismo cuando beneficia a unos pocos. Por otro lado, tal vez sí estés de acuerdo con el aborto legal y seguro en Colombia, pero complementado con educación sexual y reproductiva. O tal vez simplemente no estés de acuerdo con que las mujeres seamos consideradas, bajo la ley, individuos enteramente capaces de decidir sobre nuestros cuerpos y vidas por nosotras solas, así como lo hacen nuestros amigos, esposos, novios, profesores, familiares y colegas masculinos. Porque, al menos en este momento, las mujeres somos las únicas a las que no se nos permite hacer lo que queramos con nuestros propio cuerpo. 

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