Escuchar artículo
|
Nos encanta pasear, viajar y descubrir nuevos lugares. Eso como que viene de fábrica en el cerebro.
Al viajar por Colombia, no es difícil sorprenderse con la belleza que tiene nuestro país. En todas las regiones podemos encontrar unas maravillas. Unas fáciles de acceder. Otras que requieren de mucho más esfuerzo. Otras que llevaban escondidas o que solo unos cuantos podían acceder.
Por más que veamos lo que tenemos, creo que no nos hacemos conscientes de esa riqueza tan grande. Pero mi intención acá no es hablar de lo hermoso que tenemos. Sino de los errores que cometemos sistemáticamente, una y otra vez.
Estas palabras nacieron en una ruta que hice hace poco a los Farallones de Citará, una cadena montañosa que divide -o junta- Antioquia y Chocó. Un espectáculo por dónde se mire. Un desafío mental y físico del que también me gustaría hablar, pero será en otro momento.
En ese camino supe que el Cerro San Nicolás, el llamado “techo de Antioquia”, por ser el punto más alto del departamento, fue cerrado por Corantioquia para evitar daños graves al ecosistema, dadas las condiciones de sequía que hemos estado viviendo los últimos meses, pero también por algunos daños que se estaban causando por las constantes y voluminosas visitas que recibía. Asimismo está el Páramo del Sol, en Urrao, que lleva ya muchos meses sin acceso justo por los daños que estábamos generando los visitantes al subir. Y la lista puede seguir con muchos parques y reservas que suelen restringir por razones similares: Tayrona, Caño Cristales, Tatacoa. Y ahí solo menciono los más conocidos.
A lo que voy, es que no hemos aprendido a percibir el valor intrínseco que tienen estos lugares. Nos quedamos con el valor en dinero que nos dan. El turismo agresivo y a las malas acaba con lo que sea en tiempo récord. Y luego llega la autoridad -muy tarde, por cierto- a hacerse los héroes, restringir la entrada por un tiempo y volver a repetir el ciclo.
Lo que creo yo es que no hemos entendido el asunto como es. Con ciclos así no hay ecosistema ni economía que aguante. Tenemos que crear sistemas resilientes y restrictivos. Sí, restrictivos, así no les guste a muchos. Si no le ponemos límite a las masas descontroladas, vamos a acabar con todo. O si no, mire a San Andrés, la Costa Atlántica, Salento. Un desastre por donde se le mire. O incluso casos tan cercanos como Guatapé y Jardín.
La presión que generan este tipo de movimientos masivos y descontrolados sobre la naturaleza y los pobladores locales es desmedida. El consumo de agua, energía y otros recursos suele sobrepasar la capacidad. Hay desplazamiento de poblaciones por aumento de precios. Se afectan los ecosistemas. Se extinguen especies.
No creo que haya una solución única. Como todo lo importante, suele ser un entrelazado complejo de múltiples variables en el que nos toca un poquito a todos. No solo para que podamos cuidar y mantener estos lugares por más tiempo, sino para que podamos disfrutarlos mejor, antes de que sea demasiado tarde.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/