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Un momento para pensar, para parar. Un momento de esos tan escasos que parecieran no tener sentido, para los que no hay tiempo ni tampoco muchas ganas.
Esos momentos en el que se permite reflexionar, indagar y dejarse llevar. ¿Por qué tenemos tanto miedo a esos momentos? ¿de qué estamos huyendo? ¿qué lo hace tan difícil?
Creo que no lo hacemos porque consideramos que no es necesario, que tenemos claridad de lo que hacemos y que la vida transcurre con normalidad, que tomamos las mejores decisiones posibles con lo que tenemos a la mano y que nuestra vida es un reflejo auténtico de lo que somos. O bueno, eso es lo que todos intentamos mostrar y aparentar. Pero internamente creo que es todo lo contrario: no sabemos quiénes somos, las decisiones están determinadas por estímulos externos, las ideas de éxito y desarrollo vienen definidas por otros y la vida transcurre como si estuviera fuera de control. Tenemos miedo.
Creo que debido a esto, llegamos a niveles de indiferencia y superficialidad en los que cuestionarse y querer hacer las cosas diferentes no son ni siquiera opciones posibles, si todo está resuelto y las cosas funcionan bien, ¿para qué cambiar? ¿por qué buscar alternativas? ¿para qué complicarse la vida? Incluso, cuando hay alguien que hace las cosas diferentes y se cuestiona la opciones predeterminadas, suele ser recriminado, atacado y rechazado.
Es ahí donde se fundamenta esa idea de que la desconexión profunda que tenemos con el mundo y con los demás, es consecuencia de una desconexión aun más profunda con cada uno, con el propio interior que nos hemos acostumbrado a acallar con placeres, comodidades y muchas distracciones.
La soledad, el aburrimiento y el silencio suenan peligrosos ahora. Y es que al vivirlos, nos tenemos que confrontar con nosotros mismos. Es ahí en que las voces de nuestra cabeza más se intensifican. Es difícil y muy desafiante. Pero no creo que haya otra manera de vivir bien. Un momento para pensar es lo que todos necesitamos. Un momento para soltar las obligaciones, notificaciones y pendientes. Ese puede ser el primer paso para descubrir todo un mundo que tenemos guardado por dentro.
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