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En la ciudad de Barranquilla, muchas personas hicieron cadena de oración para lograr que las altas temperaturas disminuyeran y la temporada seca terminara. Sus peticiones fueron escuchadas, sin embargo, el milagro para unos fue la tragedia para otras personas. Los últimos aguaceros del mes de septiembre acompañados de fuertes vientos han provocado que algunas viviendas vulnerables quedaran sin techos y a la intemperie. Paradójicamente, ahora no hay incendios, pero sí familias reconstruyendo sus casas.
Me impresionó ver en medio de un vendaval a una mujer persiguiendo una lona que le servía de parasol en su negocio, con tal suerte que no logró agarrarla y solo pudo observarla impulsada por el viento en el horizonte. Angustiada ante tal hecho, tomó dos ramas del suelo y las puso en forma de cruz mientras recitaba las siguientes palabras: “todo poderoso espanta esta lluvia y protégenos”. Al observar esta situación, fue inevitable pensar en los postulados del Psicólogo Stuart Vyse sobre la superstición, el cual examina el valor de la incertidumbre cuando se le otorga la confianza a asuntos que podrían ser catalogados como mágicos. Minutos después de esta acción, paró la lluvia.
Más allá de lo que podamos creer, existe una realidad fáctica, las infraestructuras de un alto porcentaje de viviendas, no solo en la costa, sino en toda Colombia, no cuentan con las garantías necesarias para afrontar los fuertes aguaceros. Hogares construidos con improvisados materiales de latas y plásticos, podrían semejar cometas impulsadas por el viento, que lejos de sonar paranoico, es tan real la situación que nos debe llamar la atención acerca de la manera cómo se atenderán las emergencias. Según la Oficina de Gestión del Riesgo del Atlántico, dicho evento climático dejo como resultado 152 casas destechadas, caída de 145 árboles y múltiples afectaciones en la movilidad terrestre y aérea.
El aguacero en la ciudad de Barranquilla duró aproximadamente dos horas, tiempo suficiente para dejar claro que escenarios de posibles deslizamientos, crecientes de las quebradas y fuertes vientos no pueden ser subestimados, por al menos dos cosas, primero por su capacidad de destrucción y segundo, por la forma de complejizarse con el incremento de enfermedades como lo son, dengue, malaria, chikungunya e infecciones respiratorias agudas. Sin duda, estamos frente de una situación de origen estructural y de salud pública.
Es responsabilidad del Estado y de las entidades encargadas del monitoreo y seguimiento a los desastres, activar campañas pedagógicas y de fortalecimiento en los sectores catalogados como zonas rojas y geológicamente inestables, para que la negligencia sea la ausente y no tengamos que esperar un milagro como lo vivimos con la crisis de los incendios forestales.
Después de esperar más de tres horas sin información del vuelo que me llevaría a Medellín, me enteré de que el avión que realizaría la ruta no pudo aterrizar y fue desviado a Cartagena a causa del devastador clima. Ante tal noticia, un grupo de personas se reunieron a orar para que el tiempo cambiara y un vuelo los sacara de allí. Por un momento, estuve tentado a sugerir una precisión en los favores solicitados, para que la gracia divina tuviera un efecto inmediato y no pusiera a prueba a sus mejores guerreros toda una noche en el aeropuerto.
Luego de una hora de elevada la oración me encontraba abordando un avión. Junto a mi asiento iba una señora con una estampita de Santa Clara de Asís patrona del buen clima, porque ante la situación climática que se vive no está de más una ayuda extra.
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