Un manual de autoayuda para Petro

Un manual de autoayuda para Petro

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Olvidémonos, mientras se acaban estos caracteres, de que Gustavo Petro es el primer presidente de izquierda que ha tenido Colombia. Hagamos de cuenta que es un señor que escogimos para que hiciera una tarea: distribuir unos recursos con el fin de resolver ciertos problemas, para ejecutarlos con la ayuda de un equipo de trabajo escogido por él, y de un plan aprobado que cualquiera puede ver en detalle. En últimas, pensemos en él como Presidente, a secas, con la misión descrita de gobernar.

Visto así, el gobierno de Gustavo Petro podría ser bueno. Es decir, podría estar dando resultados en favor de sus propósitos, y habría algún consenso sobre ejecutorias indiscutibles en beneficio de algunos grupos sociales; con suerte, los más pobres y excluidos.

Pero las razones que lo hacen insuficiente e ineficaz son más mecánicas que ideológicas. Son las mismas que nos llevan a nuestros fracasos cotidianos: asunto de procrastinaciones y malos hábitos.

Un día nos sorprende un colega con que el trabajo no va a estar listo para la entrega, pero llevábamos semanas saltándonos la reunión de seguimiento. Amanece y nos entregan un balance en rojo, pero solo en ese momento llegan, a borbotones, las preguntas que no le habíamos hecho al equipo.

De pronto, ejecutan una decisión que no habríamos aprobado, y al cabo encontramos la bandeja de entrada llena de mensajes sin leer donde se nos pedía autorización. Al mes siguiente nos salen con que el proyecto que presentamos lo rechazaron y resulta que no hicimos una lista de chequeo, con lo cual omitimos uno de los requisitos.

Casi todas las semanas hay ejemplos en el Gobierno de casos así: alguien olvidó, fulano no preguntó, aquel omitió, el de más allá no revisó. A la Ministra de Educación nadie le dijo que los días de junio hasta el 20 iban a estar a cargo de la oposición en el Congreso, con lo cual era improbable que programaran debate para la hundida reforma a la Educación.

La Contraloría abrió investigación contra el ministro de Hacienda porque se pagaron desde su cartera nóminas dobles por 1.624 millones de pesos, por pura equivocación. En mayo la Corte Constitucional tumbó la ley que creaba el Ministerio de la Igualdad, porque no incluyó en el trámite el debido análisis de impacto fiscal, aún cuando tenía seis veces el presupuesto que cualquier otro Ministerio. Ya esa cartera había sido célebre por una ejecución menor al 1% del presupuesto. Y están los Juegos Panamericanos, los problemas de implementación del sistema de salud de los maestros, la baja velocidad de la compra de tierras y las inconsistencias de las cifras.

“Estoy desconociéndome”, ha dicho el presidente Petro cuando ve tanto por hacer. Podría llegar desde el primer día a las encerronas ministeriales, podría dar líneas más finas a los ministros y hacer seguimientos uno a uno, pero a pocos les es dado entrar a su oficina; podría madrugar y llegar a tiempo, pero le falta disciplina en lo laboral. Podría tener focos de ejecución, cronogramas, metas en cifras, pero no es organizado ni consistente; podría tener un equipo cohesionado, pero él trabaja y decide solo.

A mí me pasa como a él: podría escribir esta columna con anticipación y no la víspera, al borde del día en que se publica, pero no lo hago porque tengo la maña de procrastinar.

La gente que procrastina (seguramente usted también lo ha hecho) posterga las ejecución de las tareas y, en su lugar, opta por actividades menos difíciles o distractores que la libren de la brega de empezar o terminar lo importante. Como es un vicio contra el que lucho, esta semana me enteré de que una persona procrastina por tres razones que empiezan con “p”: (falta de) propósito, pereza (yo creo que la pereza es miedo) o perfección.

Petro también es un procrastinador, aunque no le falta propósito. No creo que sufra de pereza si, como dicen, está vacunado contra el miedo. Su problema es de perfección. Como dice el ensayista Carlos Granés: “Nuestros redentores no vienen a gobernar sus países, por lo general necesitados de reformas, sino a cambiar la historia: ese es nuestro drama (…) No vinieron a tomar las riendas de una nación del Tercer Mundo; llegaron para redimir un país que han convertido en otra cosa, el pueblo de Simón Bolívar, una potencia mundial de algo, de lo que sea, ¡de la vida!”

No es descabellado pensar que Petro y su llamado al poder Constituyente por las vías extra institucionales que logre inventar, sea una conducta procrastinadora con la que busca evitar lo que le cuesta como persona y empleado público, que es la exactitud y el rigor, los rituales y los hábitos que implican llevar a cabo la tarea de gobernar con los recursos disponibles.

Procrastina para poder dedicarse a lo que le causa placer, que es seducir con las palabras, hablar entre multitudes, sentir que está forjando el rumbo de la historia. Si consultara algún manual de autoayuda se daría cuenta de que aplicar técnicas como organizar y seguir una agenda diaria, evitar las distracciones, establecer objetivos claros y alcanzables, terminar lo que empieza, trabajar con orden, es lo que le aseguraría un buen gobierno, un puesto digno en la historia y un futuro para la izquierda.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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