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El asunto parece haber quedado en el olvido para los medios, interesados ahora en otra polémica, en otro “debate no debate”, en los lugares comunes sobre la reina muerta o en defender el retorno de los grupos de autodefensa, pero vale la pena volver a él.
No había terminado la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, de pronunciar el verbo decrecer cuando empezaron los chistes, el señalamiento, la burla fácil de aquel que cree que sabe… pero luego queda claro que no, que no sabe. Y que tal vez no le interesa saber.
Un par de días después, la Teoría del Decrecimiento empezó a aparecer aquí y allá para el que quisiera ir más allá del meme. Y hubo entonces quienes, sorprendidos, pasaron del chiste a la desinformación: decrecer es la ruta a la pobreza, dijeron. Confunde y reinarás.
“El decrecimiento no es desaceleración económica ni pobreza, es consumir menos para vivir mejor”, le dijo el doctor en Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid, Miguel Gomis Balestreri, al periodista Juan Miguel Hernández, para la sección América Colombia, del diario El País.
Pero entiendo que haya quien no entienda. O no quiera entender. Es cierto que caímos en la trampa de la obsolescencia programada, pero también lo es qué hay quienes se acostumbraron a ir por el mundo dejando sobras.
Recordé aquel Úselo y tírelo que escribió Galeano en el ya lejano 1994: “La sociedad de consumo ofrece fugacidades. Cosas, personas: las cosas, fabricadas para no durar, mueren al nacer, y hay cada vez más personas arrojadas a la basura desde que se asoman a la vida”.
Quino (siempre Quino) tiene una tira que lo resume. La incluyó en el libro Potentes, prepotentes e impotentes: una pareja adinerada lanzando los restos de lo que ya no le sirve más, no importa si es comida, bebida, tecnología, o juguetes, creando una montaña de desperdicios que crece hasta ocultarles el sol y los enfrenta a ese otro mundo que habían estado ignorando: el de los nadies.
“En el reino de lo efímero, todo se convierte inmediatamente en chatarra para que bien se multipliquen la demanda, las deudas y las ganancias”, apuntaba también Galeano.
Habrá quien diga que es un cuento viejo, pero no podrá decir que es anacrónico. Lo repite ahora Martín Caparros, en su libro Ñamérica, publicado en 2021. Tal vez con otras palabras, pero allí sigue estando el asunto. “Los ricos ñamericanos —dice Caparrós en una entrevista— no necesitan a sus pobres para trabajar demasiado. Con algunos les alcanza, incluso los pueden tirar por ahí. Tampoco los necesitan para consumir, porque su mercado es externo. No nos necesitan para nada, ni para trabajar, ni para consumir. Pueden darse el lujo de dejarlos tirados y constituir la región más desigual del mundo”. Aquí extraemos, allá lo gastas y hasta puede ser que nos lo vendas de nuevo, a mayores precios, por supuesto.
El objetivo del decrecimiento, agrega Gomis Balestreri en El País, “es ofrecer una visión crítica de nuestra relación con el trabajo, con los objetos que compramos y con el medio ambiente”. Pasar un poco del ‘es la economía, estúpido’ al ‘a ver cómo logramos no extinguirnos’.
Entendido así, la idea de decrecer (voy a pasar de largo sobre la actitud servil y colonial de quienes se preguntaron quién es Colombia para siquiera insinuarle a otros países que se acordaran que los recursos del planeta son finitos) es, a duras penas, un llamado a sobrevivir.
Se me antoja siempre pensar que estamos recorriendo un hermoso camino hacia el barranco. Eso sí, unos van en lujosos carruajes o en cómodos aviones, los más vamos ahí, lento pero seguro, como la tortuga de Esopo. Eso sí, todos vamos fotos de la más alta calidad con nuestros celulares —enchapados en oro algunos, comprados a 24 cuotas otros—, para que quede documentada para los sobrevivientes, con los mejores filtros y ángulos, cómo fue la lenta, triste y final caída.
O tal vez no, tal vez logremos a tiempo empezar a decrecer. Hagan sus apuestas.