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Durante la pasada campaña presidencial, fui un férreo crítico de Gustavo Petro por las alianzas oscuras que construyó, por el populismo desbordado sobre el que giró su campaña y por las mentiras y noticas falsas que usó para destruir moralmente a sus contendores. Este primer mes de su gobierno ha sido ambivalente, con muchas incoherencias con respecto a su campaña, con nombramientos muy buenos y otros absolutamente cuestionables, y con decisiones y apuestas valiosas, y otras sumamente preocupantes. Decidí no ser un opositor recalcitrante, aplaudiré lo bueno, y denunciaré con vehemencia lo malo. Hoy el turno es para hacer lo primero.
No puedo estar más de acuerdo con el mensaje central de su discurso de esta semana ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Con una narrativa creativa y una gran prosa, tuvo la capacidad de entrelazar los que, para mí, son los mayores desafíos de Colombia y de toda la humanidad: detener la destrucción de los ecosistemas y cambiar el enfoque de la fallida guerra contra las drogas.
Frente al primer reto no me detendré, pues los diagnósticos y análisis sobre el cambio climático, la deforestación y la pérdida de la biodiversidad son abundantes y están mucho mejor escritos de lo que yo jamás podría hacerlo. Resalto entonces en este punto la propuesta creativa y poderosa de canjear la deuda externa a cambio del cuidado de nuestras selvas, pulmones de todo el mundo. Y es que solo el año pasado, Colombia invirtió 75 billones de pesos en el pago de su deuda externa, un rubro que representó el 21,4% del Presupuesto General de la Nación. Esta tendencia se mantiene en el tiempo, y año tras año destinamos cerca de la quinta parte de nuestro presupuesto en el pago de la deuda externa. Luego aplaudo de pie la propuesta que Petro le hace al mundo: si no van a invertir en sus países para el cuidado del planeta, déjennos hacerlo a nosotros, libérennos esos casi 80 billones de pesos anuales, para que los invirtamos en la lucha contra la deforestación, en el cuidado de nuestras selvas.
Y frente al segundo reto, profundizaré en una próxima columna, explicando in extenso mis argumentos para sustentar que la guerra contra las drogas fracasó, y que debemos concentrar todos nuestros esfuerzos en una política seria y responsable de regulación.
Señor presidente: sus palabras ante la ONU me representan, y aplaudo que las haya pronunciado en español, algo que para algunos puede parecer una banalidad, pero para mí es un símbolo poderoso. Ojalá ese mensaje no se quede en palabras, sino que se traduzca en acciones en el país, en proyectos de ley, decretos, políticas públicas y grandes inversiones del presupuesto destinadas a enfrentar ambos desafíos.
Cierro con una reflexión: mientras escuchaba el discurso y me sentía inspirado por esas palabras, no podía dejar de pensar en todo lo que había detrás, en el dilema ético sobre el precio que tuvo que pagar Petro para estar ahí, diciendo esas palabras: las alianzas con paramilitares y corruptos como Julián Bedoya, Daniel Quintero, alex flores o Carlos Trujillo, la destrucción moral de sus contendores a punta de mentiras y campaña sucia, y el engaño a miles de colombianos con propuestas que eran incumplibles. Me pregunto entonces si ese propósito noble y valiente de dar semejante mensaje al planeta justifica haber hecho todo eso para llegar allí; me pregunto si el fin justifica los medios…
Para mí, no.