Trump y la disonancia ideológica

Para entender qué es la disonancia ideológica, debo comenzar explicando qué es la disonancia cognitiva y lo haré con un ejemplo clásico: una persona fuma (conducta) y, al mismo tiempo, sabe que fumar le causará cáncer (creencia). La disonancia cognitiva, entonces, implica tener dos ideas, creencias o actitudes contradictorias. Debido a la tensión producto de esa contradicción, las personas suelen cambiar su comportamiento o sus creencias, como un bálsamo contra esa oposición de ideas.

En ese sentido, la disonancia ideológica sería algo como la tensión que experimenta un individuo cuando sus creencias, valores o principios políticos entran en conflicto con sus acciones, decisiones o con la evidencia de la realidad.

Creo que en buena parte del planeta se sufre de disonancia ideológica. Colombia no es la excepción. Y la mejor forma de ponerlo a prueba es revisar la estrategia que adelanta el presidente Donald Trump, quien desde una perspectiva geopolítica ‘juega’ a la diplomacia en un continente y a la presión militar en otro. Mientras en Oriente Medio adelanta esfuerzos para que su plan de paz ponga el fin a la guerra entre Israel y Palestina, en Suramérica ubica a sus fuerzas militares cerca a Venezuela, buscando con ello presionar la salida del dictador Nicolás Maduro. Son dos movimientos de ajedrez geopolítico, con lo que quizá busque demostrar que la derecha está tan preparada para la confrontación como para la negociación. Y si le sale bien, eso puede representar cambios, al menos del lado ideológico en esta parte del continente.

Lo curioso de todo esto es que los críticos acérrimos del presidente estadounidense desdeñan ambas acciones, es decir, encuentran en la negociación del fin del conflicto y en la presión militar razones para lanzar improperios contra Trump. Dicho de otra forma, estas personas enfrentan un caso de disonancia ideológica: encuentran en ambas propuestas una contradicción. No reconcilian el hecho de que se busque una salida negociada al genocidio, debido a que quien la promueve no es de sus afectos. A mí, por ejemplo, no me gusta Trump, ni comulgo con la mayoría de sus posiciones; creo que representa muchos de los efectos nocivos para una sociedad. Pero no por eso puedo dejar de reconocer el esfuerzo, o al menos la intención, de buscar ponerle punto final a una confrontación que degeneró en una guerra y, después, en un genocidio.

Sin embargo, en un ejercicio corto leí a más de 10 demócratas; sí, demócratas, pronunciándose sobre el fin de la guerra. De los 10, ni uno solo se atrevió a mencionar a Trump, a agradecer el esfuerzo del gobierno de su propio país. Ojalá haya habido otros que sí lo hubieran hecho. En nuestro país la narrativa fue más agreste y los más disonantes no aceptaron ni se congraciaron con el anuncio del fin de los ataques, todo porque quien lo adelantó no es afín a sus valores. Ese día los más radicales prefirieron el sarcasmo, el ataque y el reciclamiento del presentismo, señalando a todo aquel que se alegraba por la noticia como fascista o nazi. Infortunadamente así está el nivel de la discusión en el país.

De la misma forma, critican, atacan y señalan a todo aquel que no se opone con ferocidad a la presión militar que ha emprendido Trump contra Venezuela. Bajo un efecto disonante, los que no están de acuerdo con la negociación del fin del genocidio, saltan a condenar, en nombre de la democracia, una salida diferente en Venezuela. Una salida diplomática. Una negociación. Curioso, por decir lo menos. Yo no sé si la salida militar es la mejor, pero en el caso de Venezuela la pregunta no debería ser si esa es o no la decisión correcta; creo que en esta situación la pregunta debe ser si esa decisión es la mejor con respecto a la mejor alternativa para un país que, como Venezuela, ya está cansado de sufrir una dictadura.

Creo que es momento de darle más consistencia a las reflexiones y no dejar que los sesgos y disonancias ideológicas nos impidan reconocer lo bueno que hacen los demás, así no sean de nuestro agrado. Si no me creen, miren el caso de María Corina (ella sí me agrada) con el Nobel: la criticaron más porque en una entrevista le dedicó el premio a Trump, pero no reconocieron el hecho de que se juegue su vida TODOS los días buscando una transición pacífica, de una dictadura hacia una democracia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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