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El próximo 5 de noviembre se realizarán en Estados Unidos los comicios para elegir al próximo mandatario de ese país y también a uno de los presidentes más influyentes a nivel global. Y es que por el despacho oval de la Casa Blanca pasan algunos de los asuntos geopolíticos, bélicos y económicos más complejos del mundo. Estados Unidos goza del título de Estado más poderoso de todos, por su capacidad económica y financiera, militar, de influencia en otros países y la posición dominante que ostenta en organismos multilaterales como la ONU, la OCDE o la OTAN, por mencionar algunos. También es —o era, mejor dicho— una de las democracias más robustas del planeta.
Desde 2016, ese sistema político, ejemplo de estabilidad, orden, justicia y libertad, se ha estado tambaleando por un fenómeno del que hoy no está exenta casi ninguna democracia liberal en el mundo. El auge del populismo, encarnado en Donald Trump, ha sido uno de los peores huracanes que ha enfrentado ese país, uno que ha dejado estragos por donde ha pasado. El tránsito del poder, que siempre había sido ordenado y pacífico y una muestra de la fortaleza institucional, que independientemente de si demócratas o republicanos se hacían al poder, era garantía de continuidad y equilibrio, se vio eclipsado por un Donald Trump incapaz de reconocer su derrota en democracia y que en adelante minaría el proceso, al punto de que se llegó a ver la imagen de hordas de fanáticos trumpistas y ultraconservadores tomándose el Capitolio Nacional, recinto de la democracia, para intentar subvertir el orden constitucional e impedir la posesión del nuevo presidente. Mike Pence, vicepresidente de entonces, en un acto de rebeldía contra Trump y de profundo respeto por la democracia e institucionalidad, entregó el poder, permitiendo la llegada de un nuevo gobierno, encabezado por Joe Biden y Kamala Harris.
Con ellos llegó también una nueva forma de gobierno que distaba profundamente en forma y fondo, que tomó otra postura frente a Rusia y el régimen de Putin, China, la migración, el cambio climático, los derechos colectivos y las libertades individuales. Entre tanto, la avanzada edad de Biden y su evidente deterioro físico y mental ha sembrado la duda entre los ciudadanos sobre su capacidad de gobernar y conducir los destinos del país norteamericano, condición que se ha hecho explícita en declaraciones, comportamientos, salidas en falso a los medios de comunicación y el más reciente debate de la semana pasada en el que el presidente demócrata fue superado ampliamente por su contendiente, llegando a poner sobre la mesa la necesidad de un cambio en la candidatura ya sobre la marcha, pero que se torna difícil por la ausencia de liderazgos al interior de las toldas azules.
Con la muy probable victoria de Trump, que llegaría al poder en medio de problemas judiciales, una condena en firme y la espera de una sentencia penitenciaria, el tablero político tanto en ese país como en el mundo sufrirá un sacudón tremendo. Habría un punto de inflexión en las guerras de Ucrania-Rusia e Israel-Palestina, la política migratoria tendría un giro de 360 grados, el tema de transición energética del gas y el petróleo vería un retroceso, y la amenaza a derechos como el de interrupción voluntaria del embarazo o la guerra contra las drogas en pleno boom de los sintéticos sería abordados con otro paradigma.
Desde ya, Trump habla de un baño de sangre si no resulta triunfador y siembra dudas sobre el proceso electoral. Su discurso plagado de violencia, noticias falsas y amenazas a las instituciones se suma al de otros populistas de corte autoritario como Le Pen, Meloni, Bukele, Abascal y Bolsonaro, entre otros. Esa debilidad, desgaste y fragilidad de Biden es la personificación misma de las democracias liberales hoy en el mundo que están a merced de los predicadores del fracaso, de mesías que llegaron para refundar todo lo que está mal. La sobre simplificación y la indignación colectiva son caminos más fáciles para movilizar a las masas, pero a la vez supremamente erosivos para la democracia. Trump es un delincuente, un inmoral y, sobre todo, un peligro para la humanidad. Su paso rápido, fuerte y amenazante parece solo tener un débil contrapeso y con esto la humanidad deberá respirar profundo y cruzar los dedos para no ver una escalada de la pugnacidad política, el debilitamiento democrático y la guerra.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/