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No voy a negarlo. Me reí cuando vi el video de jugadores, directivos e hinchas de Uruguay, peleando con hinchas colombianos editado junto al inolvidable son que cantó Silvestre Dangond cuando se presentó una trifulca en uno de sus conciertos. No voy a negar que disfruté ver al colombiano que le conectó un golpe en la cabeza a Darwin Nuñez, el mismo que se ve desde otro ángulo, tan solo unos segundos después, recibiendo una auténtica muñequera de unuruguayo.
Después me cuestioné y los memes y chistes dejaron de ser graciosos. Considero que en todos los deportes puede haber niveles de compromiso emocional tan alto, que pueden llegar a hervir la sangre de deportistas y aficionados. Lo que cada quién hace con eso, cuándo y dónde, es sujeto de distintos niveles de interpretación.
En particular el fútbol es un deporte que te calienta, todos los deportes donde hay contacto directo entre personas cumplen infaliblemente esta condición. Pero, cuando se trata de algunos actores específicos -o contextos particulares-, que la calentura explote y se convierta en violencia es casi una regla.
Es así muchas de las veces que juega Uruguay. Son reconocidos en toda la región por su juego sucio, lleno de provocación, excesivo contacto físico y actitud solapada. De ahí que no sea sorpresa que Davinson Sánchez le diera un puño a José María Giménez luego de que este le tocara el pelo -un gesto que no es inocente en el fútbol y menos si lo hace una persona blanca a una negra-; ni tampoco que Daniel Muñoz le diera un codazo a Manuel Ugarte luego de ser hostigado físicamente por este y otro de sus compañeros.
Lo bueno es que el fútbol es un contexto institucional. Al menos lo es para equipos y jugadores. La disciplina del deporte no siempre es efectiva: nadie vio lo de Davinson hasta después del partido y probablemente no pase de las redes sociales; a veces es inmediata: aunque Muñoz trató de justificarse, lo echaron en segundos; y también puede llegar posteriormente: se espera que jugadores y dirigentes de Uruguay reciban sanciones por lo que ocurrió después del partido. Mejor dicho, al menos en teoría, los problemas de la cancha se resuelven en la cancha -o dentro del contexto del futbol en general-.
Desafortunadamente no es así para los aficionados. Por eso después de reírme, me cuestioné sobre lo lamentable de toda la situación. Nunca lo duden, en una pelea todos pierden. Pierden los que se van heridos física, emocional o mentalmente; también perdemos los que nos reímos y los que desde la distancia real o digital se insultan y amenazan; y pierden los que no hacen nada por detenerlo. Todos pierden porque uno de los mayores daños que causa esto es normalizar y perpetuar violencias.
El futbol pone los sentimientos a flor de piel y es obvio que puede provocar emociones negativas. Lastimosamente, es común que esas emociones terminen por dictar las relaciones entre seres humanos. No recuerdo una época en que no sintiera rabia contra Uruguay -así en general- por el fútbol de su selección. Basta hablar con amigos o leer las redes sociales para ver que no soy el único y que hay personas mucho menos moderadas. Llego entonces a la conclusión de que todos podemos detener la violencia en el futbol, en vez de reírse y repartir insultos, conviene más que nos cuestionemos, y es mucho mejor si hablamos abiertamente de eso.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/