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Es difícil luchar contra la corriente de la vida. Tomar una decisión radical, de esas que marcan el flujo de la vida, que obligan a un “antes” y un “después”, cuesta mucho. Pero siempre me ha gustado pensar que la felicidad es costosa. Es, además, intencional. Es difícil toparse con ella sin esfuerzo ni dirección. Es, como casi todo en la vida, una cuestión de suerte guiada. En esta alba de la vida que todos los adultos han repetido enfáticamente, lo que es apenas un comienzo fulguroso, me han dado un par de consejos absolutos que me gustaría cargar y, ojalá, seguir.
Ahora que cumplo un ciclo de vida –graduarme de la universidad– mientras escribo para No Apto, creo que es (qué pena), Apto, volver a unos viejos consejos que empezaron este camino, para emprender uno nuevo con ciertos recordatorios necesarios para este mundo complejo que nos tocó.
Eso sí: son todos robados, lo advierto. Son casi todos, además, de mi abuelo tocayo. Entonces, este no es un texto de ideas originales, sino una composición de pensamientos que, por una u otra razón, quedaron en mi corazón, probablemente, para siempre. El primero es el imperativo de no tomarse a sí mismo ni a sus proyectos demasiado en serio. Como él lo dijo: “No es esto una invitación a la irresponsabilidad. No es tampoco una apología a la pereza”. Siempre he creído, parecido a él, en la necesidad incesante de reírse de uno mismo. Es una obligación que es capaz de explicar los aspectos incomprendidos de la vida. Sobre todo, la vida adulta, que muchas veces nos ataca con sus complejidades absurdas. Comprender la frugalidad de nuestra existencia desde la juventud, de nuestros proyectos importantes, nos permite ejecutarlos de una manera humana. Con cuidado uso esta palabra: de una manera más amorosa.
La segunda idea es el compromiso individual de construir nostalgias futuras. Una idea que no suelto, quizás, por mi miedo a fracasar en ello. Comprometerse en el presente, a regalarse momentos que se devolverán en el más allá del futuro para atormentarnos, es más difícil de lo que me hubiera imaginado. Entre más crezco, más me doy cuenta de que los segundos, aunque menos escasos a través de los años, son más difíciles de atesorar. Es entonces una habilidad costosa y difícil, como esa felicidad de la que hablé. Los momentos cada vez tienen que ser más intencionales. Los momentos más dirigidos a lo que el corazón demanda. Un deseo que no solo debe compensar las obligaciones del presente, sino que también debe adivinar todo aquello que extrañarás en el futuro. Las nostalgias, hay que admitirlo, solo se crean de momentos en geografías foráneas del tiempo. Nunca se han atrevido a invadir los presentes.
La tercera –pa’ no tirar mucha carreta– es la difícil invitación a permanecer siempre en la minoría. Un dicho que caracterizó mi papá un día muy bien. Dijo: “Gordo, la lista de las diez películas más vistas de Netflix es la invitación perfecta a lo que no se debería ver”. He sostenido siempre un rechazo algo ciego a las mayorías. Una creencia algo metafísica de que la multitud se equivoca en su marcha. Creo que cada día entiendo más este consejo desde una raíz menos radical. Menos deseosa de la rebeldía de la excepcionalidad que muchas veces los adolescentes necesitamos. Es luchar contra las corrientes obvias. Buscar, una vez más, la intencionalidad en todo lo de nuestras vidas. Evitar las respuestas fáciles. Encaminarse por los senderos menos usados y marcados, donde avistaremos una vida más propia. Creo que es algo así, más allá de renegar de películas que son populares o rehusarse a escuchar los álbumes de música que retumban en el mundo. A esos me pego, si les digo la verdad.
Yo estoy asustado, les digo la verdad, de asumir esta nueva etapa. No sé mucho de lo que es vivir sin caminos evidentes. Tampoco sé mucho de lo que es estar acá en general. Pero estos tres recordatorios, tengo muy claro, me ayudarán a vivir una vida más propia. Más contenta. Ojalá, más tranquila. Ahí los dejo.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/