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“Vivimos un momento de vergüenza suprema para lo que suele llamarse ‘humanidad’.”

Eliane Brum.

Llevar años mirando a los ojos a venezolanos en la calle, diciéndoles bienvenidos a Colombia, este también es su país. Años contando historias sencillas sobre esas escenas desoladoras, preguntando e intentando escribir sobre el dolor indescriptible de la migración, del desgarre de familias, de tener que dejarlo todo atrás, siempre pensando en volver a esos lugares que son cada vez menos el hogar. Es ya una eternidad esta tragedia venezolana que ha convertido a ese pueblo en uno de los más rotos del mundo. Porque migrar así es romperse. Por eso es inadmisible usar esa herida en juegos políticos. Por eso hay que mantener el foco y conmoverse con el dolor humano particular, reusarse a ver a las familias sangrantes que llegan como amenaza. El dolor del otro no puede ser nunca una excusa, una ficha, y es siempre más importante que los miedos teóricos que imaginemos para nosotros mismos en algún futuro. Se aprende, pero no se usa jamás el dolor ajeno para nada que no sea empatizar con él, visibilizarlo, priorizarlo.

Los tiranos —de cualquier vertiente política— son una tragedia. La sed de poder y dinero es veneno puro, siempre. Es la capaz de hacer que una persona se desprenda de su humanidad para destruir a los suyos, para pasar años atornillada a un trono contemplando el desangre y no sentir dolor. Para fabricar mentiras envenenadas que traspasan fronteras y fomentan paranoias delirantes que envenenan a otros pueblos. Por eso es esencial la educación: para saber examinar la realidad, para saber pensar, hacerse preguntas, elegir líderes, no creer en paranoias que no hacen sino exacerbar el caos, robarse la empatía y alejar las soluciones racionales, para no enseñarles a las nuevas generaciones a odiar como solución, para poner siempre las historias particulares primero como forma de entender el dolor del otro. Para que no nos duela solo lo que tiene que ver con lo que creemos que nos conviene, lo que está más cerquita, sino todo lo que debe dolernos porque somos humanos.

Escribió Juan Gabriel Vásquez: “Un día le pondremos nombre al daño inmenso que esta revolución le ha hecho a la izquierda democrática de América Latina. Los que deseamos la construcción de una socialdemocracia sólida en estos países desiguales e injustos hemos comenzado a ver, en el régimen venezolano, la más potente fuerza retardataria. El chavismo lleva unos 20 años haciéndoles un regalo inapreciable a esas derechas egoístas y rastreras que tenemos, y varios de los accidentes más duros de estos tiempos, desde el sabotaje del proceso de paz colombiano a la elección de ese mal chiste que es Javier Milei, son inconcebibles sin la presencia en el vecindario de la Venezuela bolivariana”.

¿Hay sufrimientos ajenos aceptables? Debemos cuestionar que la empatía sea tan selectiva y, en todo caso, siempre desde la comodidad. Parece que duelen los venezolanos especialmente cuando el tema político está en su punto más alto tanto en ese país como en Colombia, en donde falsas semejanzas han servido para envenenar a la sociedad y alejarnos de la posibilidad de la armonía. Van demasiados años en los que se han recordado solo para criticar vertientes políticas o candidatos o incomodidades. Y difícilmente se expresa dolor por los demás migrantes de tantas nacionalidades que pasan por el Darién o se ahogan en el Mediterráneo, huyendo de infiernos inimaginables. Gaza, en donde un tirano estalla niños y mujeres y ancianos y animales y árboles y escuelas y hospitales cada día, es el dinosaurio en la habitación, invisible en el territorio de la compasión por estos lados. ¿Se puede elegir lo que duele? Eso va más en la línea de inteligencias artificiales, que eligen según cálculos de conveniencia (o de personas con pocas evidencias de humanidad, como Trump, que no ha hecho sino usar la tragedia venezolana para demonizar a los migrantes y anunciar las deportaciones masivas que anhelan sus seguidores).

Escribía Juan Arias en El País que “tenemos ahí la visión alegre, la de las carcajadas de Kamala, y la sombría del ceño fruncido y el puño cerrado de Trump. Es la política de la felicidad contra la del miedo, la de la esperanza contra el desaliento, entre la mirada hacia el futuro o la del pasado”, y pensaba yo que también la manera en la que defendemos aquello en lo que creemos y aquello que nos conmueve es determinante.

Qué pesadilla han sido Hugo Chávez, Nicolás Maduro y la red que ha destruido a Venezuela, roto familias y raíces y sueños, manchado caminos de sangre y lágrimas de quienes han dejado la piel en carreteras y en la selva buscando una mínima esperanza. Es eso lo que debe doler. Y con eso no se juega ni se hace campaña.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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