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Escribo para descargar una rabia profunda en esta blanca página. Blanca y estéril página con azul en su parte superior y diferentes opciones que, aunque parecen modernas y avanzadas, siguen siendo las mismas de siempre. Aún sin título, la hoja se reconoce a sí misma como Document3; como si darse un nombre le asegurara su existencia. Ridícula. Resulta que eran las 11:35 p.m. y en menos de treinta minutos debía enviar un trabajo final en el que estuve trabajando durante todo un día. Lo revisé, corregí y concluí que estaba listo para enviar. Presioné la equis roja en la esquina superior izquierda y, cuando menos lo esperaba, dejé de recibir respuesta de mi computador. “La aplicación no responde”.
Esperé. Alguna vez me había pasado lo mismo. Se congela la pantalla y no hay respuesta por ningún lado. Me entró un frío por toda la espalda y subió hasta la cabeza. Era probable que se perdiera todo el trabajo. ¿Era probable? Jueputa, sí. Se podía perder todo. Busqué de inmediato en Google a ver si había alguna forma de anticipar la tragedia. Ninguna opción parecía convincente y todas sugerían, como último recurso, forzar salida de la aplicación y buscar entre los archivos.
Sabiendo que lo peor podía pasar, decidí grabar. Debía ser el reportero del caos. Mentira. Debía dejar constancia de que no estaba mintiendo. ¿Cuánta gente no habrá usado esta misma excusa sin ser verdad?, pensaba mientras grababa la pantalla de mi computador con mi celular. Se tenía que ver el número de páginas y palabras que aparece en la esquina inferior izquierda, la hora que aparece en la esquina superior derecha y el mouse congelado en el centro. Con esos elementos me podría defender.
¿Está seguro de que quiere forzar salida? Pues no, pero me tocó. Con “cara de tragedia”, le di click. Procedí. Héctor, mi gato, mientras tanto, se estiraba. Se cerró la aplicación. Todo parecía más calmado. Mi computador fluía nuevamente. Había un destello de esperanza. Reabrí la aplicación. Mientras cargaba, pensé en lo que me había dicho mi hermano hace poco: “no necesitas un computador tan bueno para usar Word”. Ojalá me viera sufriendo en este momento. Respiraba muy rápido, ya me estaban sudando las manos. Seguía cargando.
Segundos después, Word abrió normal. Busqué en la opción de documentos recientes. El primero que aparecía en la lista era otro archivo que había abierto en la mañana para tomar una referencia. Era el más reciente. Un documento de las 9:20 de la mañana y, ojo, eran las 11:45 de la noche. “Noh jue-pu-ta”. Caos. No estaba el documento. Busqué en todos lados, hasta en los códigos. Mi cabeza, la pantalla y el cuarto se nublan. Me quito los audífonos de un manotazo. La música estorba.
Después de un tutorial en YouTube y algunas páginas en internet logré encontrar un archivo. Alegría. Parecía ser el que necesitaba. Aparecía que se había abierto por última vez a las 11:34. Ese era. Emocionado, procedí a darle click para abrirlo. “Word experienced an error trying to open the file”, error. El archivo estaba dañado. Debo repararlo, pensé. Abrí seis sitios web que reparan archivos dañados. En todos, la respuesta fue: “el documento está demasiado afectado, contacta a un técnico”. El técnico era arriesgarse a descargar un virus, pagar más o menos cien dólares o esperar que resolvieran mi solicitud, con el número 2651571. El técnico era: ninguna de las anteriores.
Ahora sí estaba jodido. Ya eran las 11:52. No iba a lograr el envío. Ya no era posible. Todo el día se había perdido. Debía volver a buscar las fuentes. Debía volver a citar con las normas Chicago. Debía volver a unir las ideas y los datos. Debía volver a hacer la portada. El tiempo que tenía pensado para descansar y trabajar en otros escritos con calma se fue por el inodoro, como también parece que se fue el archivo de Word que jamás encontré o que quizás encuentre cuando menos lo necesite.
Pero primero debía calmarme. Pensé en lo frágiles que son las agendas. Tan frágiles como la vida misma. Pensé en que seguro entenderían mi caso y podría enviarlo un poco más tarde sin problema. Acepté el cambio de planes y decidí enfrentarlo. Para ello, descargué la rabia en este espacio y, al final, la página blanca y estéril tomó forma entre letras, palabras y párrafos. No me importa si este documento también desaparece cuando quiera guardarlo. Si lo hace, se habrá llevado mi rabia consigo.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/