Todo es de género

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Deben estar cansados, ¿no? De que todas mis columnas hablen de género, que mis críticas sobre la sociedad siempre tengan conexiones a como la desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres nos impacta a todes. He escrito columnas semanales desde octubre del año pasado  (con una excepción), y estoy segura que un 90% hablan de desigualdad, raza, lenguaje inclusivo, o de otra de las miles de aristas que constituyen mi feminismo interseccional. Hasta yo me siento como un disco rayado, repitiendo el mismo mensaje una y otra vez, con diferentes palabras, bajo ángulos diferentes. Con diferentes títulos. 

Tuve una conversación espectacular con otros miembros de la comunidad No apto hace unas semanas, antes de las elecciones, en la que llegamos para hablar de nuestros miedos y esperanzas democráticas. Y como cosa rara, Salomé empezó a hablar de feminismos, machismos, discriminaciones raciales y étnicas, entre otros temas del día a día. Ante mi identificación de estos problemas, con un enfoque a como se evidenciaron en campañas electorales, me cuestionaron. ¿Hay muchos otros problemas en el mundo? Sí. ¿Hay problemas que no tienen que ver con la desigualdad de género? Tal vez. Por ejemplo los problemas del cambio climático, no tienen nada que ver con el género, me han dicho. La deforestación. El hambre. ¿Tiene que ver con género? 

La razón por la que hablo tan insistentemente sobre género e igualdad es porque creo firmemente que son la raíz de muchísimas problemáticas. Y creo que si como colectivo logramos identificar las maneras en las que el patriarcado nos afecta a todas, todes y todos, solo así podremos replantearnos las soluciones a nuestras aflicciones sociales, desde la raíz. Por ejemplo, podremos identificar que el calentamiento global es un fenómeno que afecta desproporcionadamente a las mujeres, cosa que han dicho en reiteradas ocaciones organizaciones como la ONU y Oxford, entre muchísimas otras organizaciones que parecemos escucharles todo menos sus análisis de género. Claro, esta no es una causa del calentamiento global, pero es una de las repecruciones que no estamos dispuestos a ver. Así como el hecho de que los mayores contribuyentes a este fenómeno son países y comapañías del norte global, y sus víctimas del sur global. He ahí la interseccionalidad. Por el otro lado, el hambre es una consecuencia directa de la pobreza en la mayoría de los casos. Y la pobreza, como lo han podido imaginar, es acelerada por la desigualdad de género, específicamente por los pilares del patriarcado que le asignan a la mujer tareas productivas no-remuneradas y las venden como reglas sociales incambiables. Tanto, que nosotras mismas en muchos casos las confundimos como deseos y aspiraciones propias. No es necesario ser un economista para saber que si el 50% de la población disfrutan de autonomía económica va a haber menos pobreza en sus comunidades. Que los ingresos en el hogar se aumentarán. Que no tendrán que apoyarse en el dinero de otra persona para tomar decisiones sobre su propia vida. Y esa libertad, aunque a muchos les moleste, es democrática. 

Tampoco es necesario ser Simone de Beauvoir para tener una perspectiva de género. El Gender mainstreaming, o integración de género, es la normalización del enfoque de género, para así ser concientes de las diferentes experiencias de personas de diversos géneros. Y así, poder entender como las sociedades, en sus diversidades, comprenden los problemas. Y sus soluciones. Ha sido nombrada como una herramienta a través de la cual las personas con poder pueden adoptar práticas y políticas que promuevan de manera consciente la igualdad de género. Aún así, considero que la integración de género es necesaria en todos los ámbitos de nuestras vidas. En redes sociales, cuando perpetuamos ideales de belleza que hombres y mujeres sufren de manera diferente. En conversaciones con nuestros amigos, donde normalizamos los estereotipos sobre las mujeres y los hombres. “Las mujeres no son buenas para la política,” y nuestra amiga que quiere ser presidente siente a sus sueños un poco más lejos. “Los hombres no lloran,” y nuestro amigo con depresión sabe que en nosotros no tiene un apoyo. Por eso les invito a que intenten aplicarlo. Hasta ahora, cuando las personas a mi alrededor lo han intentado, lo han logrado. Su perspectiva cambia, y sn mejores novios, novias, esposos, esposas, madres y padres. Descubren el mundo de la justicia de género, y eso es todo. Todo lo que necesitamos. 

Todo, absolutamente todo es de género. Porque el género, como construcción social, nos comienza a afectar desde antes de nacer. Cuando deciden que el feto va a ser un casanova, le va a gustar el fútbol, y va a ser, en unas décadas, el proveedor de su familia. O una princesita, que le gusten las muñecas y la mirella, pura hasta el matrimonio. De género es todo, porque el patriarcado ha sido la raíz de todas las instituciones existentes. De todos los gobiernos, todas las reglas, todo lo que ha sido. Es por eso que para que exista cambio, de cualquier manera, debe ser lo primero que cae. Para que ni el hambre ni la pobreza, ni el cambio climático ni el liderazgo, ni las presidencias ni el activismo, ni las relaciones ni los matrimonios, discriminen con base de género.

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