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El despertador suena, ni un instante antes, ni uno después. Le pedimos tiempo, algo de sueño para romper la primera promesa del día; sacar una pequeña ventaja que se suma a la cuenta, se adeudan un par de minutos. Pero, aunque los despertadores puedan ser indulgentes, los días no. Hay que pararse, iniciar la rutina del afán que nos une como generación. El tiempo que no alcanza nunca. La culpa acumulada de no hacer todo lo planeado, ni lograr todo lo que esperan de nosotros. Empieza la carrera y no da tregua. Días que son suspiros y al tiempo, eternidad. Y cuando terminan, puede ser en ocasiones difícil recordar lo que ha ocurrido y lo que no.
Porque la memoria juega el juego del tiempo también. En ocasiones, abriendo un espacio inmerecido en nuestras cabezas para recuerdos que solo nos roban tiempo. Es una ironía evolutiva, tener el control de algunas facultades, pero no poder escoger la forma como recordamos nuestro tiempo. Millones de años de adaptaciones se burlan de nuestra pretensión de tener una vida que sea más que sobrevivir. Viajamos en el tiempo al recordar lo que fue e imaginar lo que viene. Pero ambos son pedacitos distorsionados, visitas hechas con la máquina del tiempo defectuosa que tenemos en la cabeza. La memoria es episódica y caprichosa.
En la mitad de las carreras nos gusta pensar en el privilegio de las pausas. Algunos lo logran bastante, en ocasiones también todos. Pero al traqueteo constante que nos acompaña, lo más común es que no soltemos el paso. Hay una expectativa colectiva de afán y urgencia, pocas personas se mueven sin que su destino sea el más importante o sus tareas las más fundamentales. Nos cruzamos en las calles con nuestras misiones de vida o muerte bajo el brazo, la atención puesta en las cuentas regresivas que se agotan.
Sobre esta frustración, me gusta pensar en la posibilidad y en ocasiones, no sin esfuerzos, logro la certeza de darle largas al tiempo. Porque es posible, porque lo otro es que el tiempo es elástico y su plasticidad permite hacer algunas trampas a su incesante carrera. Algunas personas, algunas canciones, algunas caminatas lo logran. Crean disrupciones temporales, huecos en los que parece, por fin, que el tiempo se detiene o al menos, pierde importancia. Estos milagros de la física nos salvan la vida, son la trampa que le hicimos a la humilde aspiración evolutiva de sobrevivir. Milagros cortos o largos; atemporales.
Y cuando terminan, pues nada, volver a la carrera implacable del reloj y el calendario. A sobrevivir.