Tecnocracia que emocione

Tecnocracia que emocione

Escuchar artículo

En el mundo de la cocina es conocido que la preparación del pez globo, conocido como fugu, es extremadamente peligrosa debido a la presencia de una neurotoxina letal llamada tetrodotoxina, que está presente en distintas partes del pez y que actúa con rapidez y letalidad, pues es 1,200 veces más venenosa que el cianuro. Como las personas tenemos diversas aversiones al riesgo (jamás probaría ese plato), hay quienes se animan a degustar este plato, por lo que los chefs que cocinan el fugu deben pasar por años de entrenamiento y obtener una certificación que les permita prepararlo. Pero incluso con todas estas precauciones, es posible que cometan un error. Si usted fuera a probar este plato ¿quién quisiera que se lo preparara: un experto o alguien a quien le gusta experimentar en la cocina?

El conocimiento técnico y especializado es un activo de inmenso valor para cualquier sociedad. En su libro ‘Outliers’, Malcom Gladwell popularizó la hipótesis de que se necesitan 10.000 horas para convertirse en un experto en cualquier materia, comentando que, incluso, el coeficiente intelectual no es lo más relevante para triunfar en algo. Aún con todas las ventajas que supone contar con mentes brillantes, en Colombia ha hecho carrera cierto sentimiento de desdén y rechazo hacia lo que se conoce como tecnocracia.

Siento que esa impopularidad frente al tecnócrata tiene un fondo que vale la pena examinar. Primero, al experto técnico se le asocia como una persona deshumanizada que toma decisiones como una calculadora arroja resultados, basadas en evidencias y elementos muchas veces incomprensibles, pero que deja de lado el factor humano, social o ético en su ecuación. Asimismo, quienes denuestan la tecnocracia, presentan al especialista como un elitista apático y encorbatado que solo computa, pero que le falta calle para comprender las realidades del país. Finalmente, el ser humano siempre ha tenido cierta desconfianza con respecto a la ciencia, por eso en los siglos XV y XVI los textos que más se leían no eran los de Galileo, sino los manuales de cacería de brujas. Las personas sentimos, en términos generales, más atracción por las historias que por los datos, y tendemos a rechazar rápidamente aquellas cosas que no logramos comprender.

Aunque no comparto estos señalamientos, pues soy un férreo creyente de la importancia del conocimiento técnico y su uso para el mejoramiento de nuestro bienestar social, económico, ambiental y hasta político, sí reconozco que hay arrogancia en ese mundo especializado. También cierto desinterés por rendir cuentas. Y, sobre todo, creo que muchos expertos pierden una oportunidad enorme para demostrar que lo técnico puede conectarse con las emociones, que son las que más impulsan las acciones de millones de personas en cada minuto de sus vidas. Piénselo así: las ideas son como un carro y las emociones las llantas; sin las segundas, por más que se quiera, las primeras no se moverán, porque no producirán acciones.

Los candidatos que se enfrentaron en la segunda vuelta por la presidencia de Colombia fueron los que mejor supieron movilizar las emociones de las personas, prometiéndoles que se construirían trenes imposibles o que todos los habitantes del país conocerían el mar. En las urnas, por el contrario, no se reflejó la racionalidad, lo técnicamente posible y correcto, porque no lograron emocionar a los votantes.

Para las elecciones del 2026, los candidatos que creen en el desarrollo de políticas públicas basadas en la evidencia y en la lógica, en las decisiones eficientes (aunque resulten impopulares), es decir, los candidatos con grados distintos de afecto por lo técnico deberán especializarse en emocionar al país, comprendiendo las dinámicas propias de las poblaciones a las que buscarán conectar. Deberán rodearse de equipos especializados en muchas materias, que trabajen con creatividad y ética. Si no logran conectar en lo más hondo de las emociones las ideas que llevarán a los colombianos, serán nuevamente superados por candidatos que, aún sin las competencias adecuadas para gobernar, logran insuflar emociones, sean positivas o nefastas, pero que derivarán en acción. Por tal razón, de las emociones que consiga despertar la tecnocracia dependerá que los colombianos pongamos en manos de cocineros especializados o de  inexpertos con actitud la preparación de un fugu.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

4.8/5 - (5 votos)

Compartir

Te podría interesar