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Para escuchar leyendo: Manabí, Luz Pino.

Mi bisabuelo, que es en la práctica mi abuelo, ya poco o nada se acuerda de mí. El abuelo de mi mamá. que es en la práctica su papá, ya poco o nada se acuerda de mi mamá. Don Ángel, que es en la práctica Angelino, ya poco o nada se acuerda de sí.

El paso del tiempo le pasó factura y le ha venido arrebatando su lucidez con singular velocidad desde hace un par de meses. Y cada vez que lo veo, paradójicamente, lo veo cada vez menos. Ya no tiene la picardía del humor, ya no canta los boleros y las melodías que lo hicieron grande en Ecuador y Colombia, ya no me pregunta por novias, ya no. Ya no.

Verle así trae consigo, además de las ráfagas del sentir, la reflexión sobre sus días, sobre la vejez, sobre la soledad y la compañía. Quisiera proponerles, queridos lectores, algunos apuntes que la despedida a gotas de mi bisabuelo me ha puesto al frente.

Por ejemplo, de lo poco preparados que estamos para enfrentar un adiós, que es en estricto sentido lo más seguro de nuestra existencia, la despedida. Porque tratamos de dejarlo de lado, nos rehusamos a aceptarla y a prepararnos tanto para asumirla como para tener todo listo si se llega a dar el caso.

Preferimos cambiar de tema, o incluso peor, romantizarlo. Pensamos que es mejor aferrarnos a un recuerdo frente a una realidad que nos muestra a medias a quienes queremos, o que no nos lo muestra más, en el peor de los casos. Envejecer y morir son dos elementos propios de nuestra existencia, pero la cultura que nos hace ser quienes somos nos lleva a evitarlos o a dejarlos para después.

Claro, nunca se está preparado para la muerte ni para la vejez, capaz sea imposible poder tener de alguna forma un paso a paso que, de cumplirlo, nos lo haga llevadero como cualquier reto de la vida cotidiana. Pero sin duda existen herramientas psicológicas, sociales, culturales y ambientales que nos permitan rodearnos de capacidades con las que podamos afrontarlo cuando nos llegue el turno de llorar por alguien.

A mí es que se me hace muy verraco pensar que uno deba ponerse en piloto automático para poder pensar, para poder existir. Porque en sociedades como las nuestras, el dolor es algo que se tiene que ocultar, casi que es un elemento vergonzante, como si no fuera un lenguaje común por el que pasamos todos en algún momento.

Yo seguiré viendo a mi abuelo, buscando entre sus pupilas un poco de ese brillo que siempre nos hizo carcajearnos con sus historias. De alguna forma para atesorar estos últimos días para cuando deba yo afrontar de lo que hoy estoy pontificando.

De todas formas, espero que me abrace cuando le pregunte Angelino ¿Vos te acordás de mí?

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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