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Hay un par de tiras de Quino donde queda claro la facilidad que nos permite convertir pronto las tragedias en paisaje. Lo he dicho antes, la obra del historietista argentino resume la humanidad como solo pueden hacerlo los genios.

En una, un televidente sentado en una silla sobre el oeste de un globo terráqueo, mira en las noticias cómo arde una mecha. Está tranquilo, lo que ve está en la TV, lejos de él. La imagen se la lleva, hasta la comodidad de su hogar, un noticiero al que dar contexto poco le importa. Al otro lado, al este, en línea recta desde sus posaderas, se ve dónde exactamente está la mecha. ¡¡Menos mal que el mundo arde siempre por otro lado!!, se dice.

Menos mal.

Lleva los problemas lejos, donde los veas, así no sabrás que existen, le aconsejó Thomas Gibson Walton a su hijo, Sam Walton, quien luego crearía el imperio Walmart. Sam les compartió esa sabiduría a sus hijos y todos lo tenían muy presente cuando llevaron la producción de sus prendas de vestir a maquilas donde se precariza el trabajo en los países del tercer mundo. Cuando esas fábricas atestadas de mujeres y niñas se incendiaban o derrumbaban en la India o Bangladesh, ni el bueno de Sam ni sus hijos Samuel o John se enteraban.

La otra tira de Quino está en Mafalda. En ella, Susanita, su amiga, lee ella el diario. Lo que le ve es triste, es cruel, es violento: guerras fratricidas en África, represión de los pacifistas en Estados Unidos, protestas contra el gran líder en China, explosiones, hambrunas… Se ve, incluso, una bandera con la estrella de David bajo la cual un soldado ha disparado un cañón. Una humareda se levanta al otro lado, donde se aprecia la bandera de su enemigo. «!Aaaaah… ¡Por suerte el mundo queda tan, tan lejos!…», dice Susanita. Ha soltado el diario y bosteza tranquila.

Por suerte.

Me entero de que el ejército israelí entró al centro de salud Al Shifa, donde los médicos llevaban días haciendo lo imposible, trabajando sin energía eléctrica, sin agua, sin comida a causa de los bombardeos que lo habían convertido más en morgue que en hospital.

Leo que un bombardeo israelí sobre una escuela de la ONU habría dejado 200 muertos en el norte de Gaza. Escucho que la ayuda humanitaria cesó porque no hay combustible (o lo hay, pero Israel no lo deja pasar) y que la gente en la franja empezará a morir de hambre. Veo a un buldócer derribar el monumento a Yaser Arafat  a la entrada del campo de refugiados de Tulkarem, en Cisjordania.

«¿A dónde estaba yo, en qué galaxia, / insensible leyendo la noticia? / ¿No seré uno más en la falacia / de Sabra y Chatila?», cantaba Alberto Cortez cuando aquella masacre de 1982 contra miles de refugiados palestinos.

En dónde estoy yo ahora, en qué galaxia, insensible leyendo las noticias.

Ya empiezan a contarse en menor número los titulares que nos llegan de Oriente Medio. Ya el mundo empieza, de nuevo, a quedar lejos. Ya empieza esta otra guerra —si puede llamársele así a la aniquilación— a volverse paisaje.

Hace nada volví a leer el poema que, dicen, escribió el poeta palestino Marwan Makhoul: «Para escribir una poesía / que no sea política / debo escuchar los pájaros / Pero para escuchar los pájaros / hace falta que cese el bombardeo».

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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