¿Cuánto dinero en efectivo mantiene usted? ¿Si fuera a pagar algo con efectivo podría hacerlo sin problema?
Esta semana esas dos preguntas resonaron en la cabeza de muchos —y con razón—. La caída masiva de AWS que tumbó Bancolombia y Nequi nos recordó lo dependientes que somos del sistema digital, pero también lo mucho que confiamos en él. La verdad es que la digitalización nos ha cambiado la vida, y más de lo que imaginamos.
Personas como yo, cuando tienen efectivo, se lo gastan rápido. Ese billete de cincuenta mil dura mucho menos en mis manos si está en papel que si está en una app. Y para una sociedad consumista, con más deuda que ahorro, la bancarización ha sido una bendición: nos ordenó, nos dio acceso y, de paso, nos permitió hacer parte del sistema.
La era digital nos acostumbró a pagar con el celular, a mover plata en segundos, a no depender del cajero. Bre-B, el nuevo sistema del Banco de la República, nació para empujar justo eso: que mover dinero entre bancos fuera tan fácil que nadie tuviera que pensar dos veces en hacerlo. Un país conectado por fin, donde todos pudiéramos transar sin barreras ni tarifas absurdas.
Y sí, Bre-B salió adelante. Después de meses de trabajo, resistiendo intereses y resistencias, hoy ya funciona. He escuchado historias de gente que dejó su banco de siempre solo porque ahora puede transferir sin costo ni espera. Otros, que llevaban años por fuera del sistema, se han bancarizado gracias a las billeteras digitales. Hoy puedes estar en la playa y pagarle con Nequi al vendedor ambulante o comprar el aguacate sin efectivo. Eso es inclusión. Eso es progreso real.
Pero claro, el Estado colombiano, con su eterno olfato para oler plata ajena, no tardó en ver un nuevo botín. En vez de apoyar y fortalecer lo que funciona, decidió meterle la mano al bolsillo del ciudadano común: 15 por mil, o lo que es lo mismo, 1.5% a los pagos con Bre-B y billeteras virtuales. Un impuesto disfrazado que castiga justo a quienes más usan y necesitan estos servicios.
Lo irónico es que los grandes banqueros o empresarios ni siquiera usan estas plataformas. Este impuesto no los toca. Es un golpe directo al tendero, al vendedor informal, al joven que hace transferencias pequeñas o al trabajador que vive del día a día. Es un castigo al pueblo por participar en la economía formal.
Y no se engañen: también el Estado pierde. Pierde trazabilidad, pierde control, pierde oportunidades de recaudo. Porque al castigar la bancarización, empuja otra vez a la gente al efectivo, a la informalidad, a la desconfianza.
Esta semana nos dimos cuenta de que incluso los grandes pueden caer. Bancolombia, Nequi, AWS, donde Bre-B justo evitaba que dependeríamos de unos solos jugadores. Pero hay algo peor que un sistema financiero débil y en pocas manos: un Estado que, en vez de hacerlo más fuerte, decide debilitarlo por capricho y necesidad. Bre-B nació para unirnos. El gobierno, parece, quiere dividirnos otra vez entre los que pueden mover su dinero… y los que no, tal vez el lema de este nuevo decreto, será “tan Bre-B que hay que ponerle trabas”.
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