Escuchar artículo
|
Con el tiempo he ido aprendiendo a valorar las contradicciones y a encontrar la riqueza en los cambios que surgen cuando nos vamos liberando de entender la coherencia como la obligación de pensar y de actuar siempre igual. La vida está llena de grises.
En la política es normal acercarse a una corriente porque la ideología se asemeja a nuestra forma de pensar. Se empieza a leer autores que van en esa línea, a conversar con gente que piensa parecido y en los últimos tiempos, el algoritmo hace el resto, nos pone lo que consumimos. Me parece valioso que el individuo, en sus búsquedas, explore pensamientos e ideas, milite, identifique lo que le importa y resuelva de qué forma quiere aportar.
Me gusta creer en causas y defenderlas en el debate político pero existe el riesgo de quedar atrapados en un marco ideológico negándose el derecho (y el placer) de re pensar y de cambiar de opinión, de madurar las ideas, de cruzar la teoría con la implacable realidad, de conversar con personas que piensen diferente, encontrar puntos comunes. Se muere un poco la persona, o el movimiento político, que se vuelve esclavo de la ideología y se conforma con respuestas prefabricadas para problemas que cambian al ritmo al que lo hace el mundo.
Una cosa es tener unos principios sólidos y una forma de enfrentar la vida y la toma de decisiones, otra es aplicar la misma fórmula para todas las situaciones sin considerar las condiciones de tiempo, modo y lugar. Cambia el conocimiento en las diferentes áreas, avanza la tecnología, las herramientas disponibles, los valores sociales, las prioridades.
En ese proceso de ir cambiando, me he vuelto más pragmático: lo que funcione bien para la sociedad sin detenerme a pelear porque lo diga alguien de un lado u otro del espectro ideológico. Creo en la búsqueda de soluciones reales, en el planteamiento adecuado de las preguntas, en la construcción interdisciplinaria de las respuestas. Infortunadamente el mundo va en el camino contrario y estamos en un nuevo florecimiento del populismo de trincheras, en donde se defienden hasta la muerte frases vacías que sirven para movilizar el electorado pero no para resolver los problemas de la gente.
Lo que pasó en Medellín en las pasadas elecciones retrata lo que pienso. Una votación histórica eligió a un nuevo alcalde y unió a una ciudadanía hastiada, cansada y maltratada que priorizó terminar con la pesadilla de Quintero antes que votar únicamente por una cuestión ideológica. Fico recogió votos de los partidos tradicionales, de la centro derecha con la que siempre ha contado y del centro, que, en otro momento hubiera votado por otro tipo de perfiles.
Liberarse de las ataduras dogmáticas aligera el viaje y enriquece el panorama.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/