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“¿Cómo juzgar en un mundo donde se intenta sobrevivir a cualquier precio, a aquellas personas que deciden morir? Nadie puede juzgar. Sólo uno sabe la dimensión de su propio sufrimiento, o de la ausencia total de sentido de su vida.”
Paulo Coelho
Pese a lo empalagoso y caricaturesco que puede resultar el internacionalmente afamado escritor Paulo Coelho, me es casi imposible no suscribirme a su magnífica visión sobre el suicidio, que hoy en Colombia el asistido, junto a la eutanasia, es una posibilidad para terminar la vida o morir de manera digna.
Esta reflexión a propósito de la decisión histórica que la semana pasada tomó la Corte Constitucional al despenalizar el suicidio medicamente asistido como uno de los procedimientos para acceder a la muerte digna en Colombia, en el que, a diferencia de la eutanasia que desde 1997 está despenalizada, es el paciente quien ejecuta la acción de acabar con su vida.
Y esta decisión es histórica e importante porque en Colombia, por las influencias religiosas y moralistas, parecía que se prohibía la muerte digna, pero la muerte violenta se nos ofrece a la vuelta de la esquina. De hecho, hace menos de cuatro meses, la Conferencia Episcopal Colombiana, en una respuesta social contra la despenalización de la eutanasia, presentó una cartilla en la que hace desesperanzadoras preguntas en una sugerente reflexión como la siguiente: “¿Qué se necesita, entonces, para que una persona y una familia entiendan que no hay peso insoportable cuando se ama?”.
Lo que sugiere entonces la pedagogía católica es que, quienes piensan que es intolerable el sufrimiento de un ser querido enfermo, y que por ello quieren para esa persona la eutanasia o la muerte asistida, si esa es su voluntad, es porque simple, sencilla y llanamente no se le ama.
Aunque Colombia es un país de avanzada en términos de libertades individuales, existen países que le llevan la delantera, como el caso de Suiza, donde la eutanasia es legal desde los años 40 del siglo pasado. Allí, incluso, la apertura frente a este tema ha creado el mal llamado “turismo de la muerte”; lo que significa que extranjeros, que presenten el certificado médico que avale una enfermedad terminal y que hayan pasado por una terapia y todavía sientan ganas de morir, pueden acudir a este país a quitarse la vida legalmente. Esto lo pueden hacer a través de organizaciones como Exit, Dignitas o Eternal Spirit que son asociaciones suizas que ayudan a quienes quieren terminar con su vida, por una “módica” suma de 10.500 euros, equivalentes a 45 millones de pesos colombianos.
Sin embargo, estas organizaciones mencionadas no son, como seguramente muchas personas podrían pensar, promotoras del suicidio. Por el contrario, algunas de ellas tienen un trabajo paralelo de prevención del suicidio en población joven.
Suiza es un caso bastante fuera de lo común, pues incluso el Tribunal Federal suizo en el 2006 estableció que toda persona en uso de sus capacidades mentales (sin tener en cuenta si son o no enfermos terminales) tienen derecho a decidir sobre su propia muerte.
Ojalá siguiéramos el camino de Suiza, país del primer mundo que tanto nos gusta imitar y al que tanto añoramos.