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Soy hija de la empresa privada

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Aquí donde me ven, tan interesada siempre por la política, soy el espécimen raro de mi familia.

Crecí en una familia de clase media en Medellín, donde mi papá y mi mamá, ambos profesionales, trabajaron incansablemente para darnos a mi hermano y a mí la mejor educación posible. “Es la única herencia que les vamos a dejar”, nos lo decían siempre.

Mi mamá, contadora pública con su propia oficina de asesorías a medianas empresas de la ciudad, y mi papá, químico puro, dedicó la mayor parte de su vida y sus esfuerzos físicos e intelectuales a una multinacional de productos químicos, los mismos que muchos años después lo llevarían a la muerte.

Yo soy hija entonces de la empresa privada. El colegio al que fui, la universidad de la que me gradué, los viajes que hice, la ropa que me puse, los libros que leí, todo eso fue financiado gracias a empresas privadas para las que mi familia trabajaba. Cuando éstas estaban en crisis, todos sufríamos porque sabíamos que esa crisis significaba la nuestra también, y sus momentos boyantes también los disfrutábamos en bonificaciones o estabilidad emocional de mi papá y mi mamá.

Por otro lado, mi esposo es un empresario, así que la importancia de la empresa privada sigue teniendo un valor fundamental en mi vida.

Así como mi familia, la mayoría de familias de Medellín en particular y de Colombia en general, vivimos y cumplimos sueños gracias a pequeñas, medianas y grandes empresas que dinamizan la economía. Empresas que son construidas no solo a partir del capital de unos pocos, sino del trabajo de muchos: accionistas, socios, empleados y familias que ponen todo su esfuerzo para que la misma sea rentable, para que los puestos de trabajo se multipliquen, para que el crecimiento de ésta signifique desarrollo para sus colaboradores.

No puede ser contrario entonces el interés particular de crecimiento de una empresa al interés general de bienestar social por el que se supone que se trabaja desde lo público. No tiene sentido que desde las instancias de decisión se gobierne en contra de la empresa privada, e intentar gestionar políticas que la protejan, la fortalezcan y apoyen su crecimiento no implica per se que las mismas irán en detrimento de los trabajadores o de los propios derechos de las comunidades a las que pertenecen.

“Las empresas pueden crear valor económico creando valor social”, y el gran reto está en que desde el gobierno se logren sinergias que permitan el crecimiento de la empresa y la multiplicación de beneficios sociales asociados a ésta. Si volvemos a la empresa nuestra enemiga desde lo público, estamos destinados a la pobreza.

Por eso me parece completamente errada cualquier posición que intente mostrar a la empresa privada como la enemiga a vencer, que la presente como la culpable de la derrota social, que pretenda hacernos creer que los cambios en la sociedad se pueden lograr sin su implicación, sin el trabajo mancomunado con ésta, sin el apoyo de quienes las han sacado adelante.

Hoy, más que nunca, desde lo público tenemos el deber de construir de manera conjunta con los y las empresarias el futuro que soñamos. Debemos compartir la tarea de pensar esos cambios que pueden ser necesarios para mejorar la calidad de vida de trabajadores, sin que sea a costa de la supervivencia de las empresas, y estamos en la obligación de erigir juntos la ciudad que nos acoge y de entender que ni desde lo público ni desde lo privado de manera aislada, logramos ese estado ideal de desarrollo que soñamos para nuestro territorio.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/

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