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Catalina Franco R.

Soñar

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“El hombre sabe muy poco de su prójimo. A nuestros ojos, los hombres y las mujeres obran por los mismos motivos que nos empujarían a nosotros si estuviésemos lo bastante locos para obrar como ellos.”

Luz de agosto. William Faulkner.

“Mira a tu alrededor. ‘Siempre’ es mucho tiempo.

Pero el chico sabía lo que él sabía. Que siempre es un abrir y cerrar de ojos.”

La carretera. Cormac McCarthy.

Echo al mar este mensaje para verter en él algo de esperanza. Porque ese grito de cambio en Colombia nos reafirma que el dolor no ha podido con ella, que no se resigna, que se aferra. Estas palabras son para pedirle al próximo presidente de un país que ha sufrido mucho que encarne esa esperanza y jamás el miedo.

Hago parte de la minoría de centro que no es presa del pánico pero que tampoco logró confiar para elegir a quien ganó. Es una minoría que prioriza lo humano, la libertad, la naturaleza, pero que no está dispuesta a entregar un cheque en blanco ni a renunciar a aspectos también relacionados con la libertad como el manejo responsable, inteligente, visionario y racional de la economía, dentro de la democracia.

Sueño con la implementación profunda del acuerdo de paz para sanar heridas, para coser las venas rotas de una nación que lleva años desangrándose y con cuya sangre se han dispersado los lazos de una sociedad que, contra cualquier pronóstico, se caracteriza por su calidez. Una sociedad que por demasiados años intentó continuar sonriendo bajo el estruendo de la guerra y la desigualdad, pero que no da más.

Hemos abandonado, destruido y ofendido en lo más hondo a valles y montañas y selvas y ríos descomunales, y han quedado casas y pueblos arrasados en los que solo habitan fantasmas y raíces de árboles como venas abiertas.

Sueño con selvas boyantes, ríos limpios, humedales y páramos sanos, y comunidades capaces de producir en sus tierras para que brille lo local y las familias tengan sus mínimos vitales sin cruzar las líneas de la ilegalidad y la muerte, y puedan entonces concentrarse en aprender, en desarrollar talentos y pasiones, y los niños se alimenten bien y usen su tiempo estudiando y jugando, y no superando obstáculos y encallando sus pies durante horas cada día para llegar a las escuelas sin energía, desperdiciando el hambre de conocimiento cuando sus cerebros aún son esponjas.

Sueño con una educación que nos enseñe a respetar la vida desde que formamos nuestro concepto sobre ella, sin recurrir jamás a la amenaza o la violencia o al ‘usted no sabe quién soy yo’, sino más bien a la poesía para que la belleza del mundo sea la base de la mirada y del diálogo.

Pero sueño también con que vivir no sea una palabra vacía, sino un derecho que se mida en términos de dignidad y sentido. ¡Cuánto mejor y más humana es la existencia al contar con libertades individuales!

Sueño con una Colombia en la que el Estado esté presente en todo el territorio para conocer y proteger mejor a unas comunidades bien conectadas que cuenten con servicios básicos para que las vidas de todos sean dignas, para que exista la posibilidad de soñar, que no debe estar ligada al dinero.

Debe haber salud, alimentación y educación. Nadie puede vivir en paz sin eso.

Pero no quiero promesas vacías ni romper acuerdos fundamentales para perseguir aquello que suena bonito. Para avanzar necesitamos fortalecer la institucionalidad y la democracia en Colombia y, en ningún caso, ponerlas en peligro. Hay algo esencial, antes que los sueños: el presidente debe producirnos confianza y, por ningún motivo, simbolizar el miedo al futuro.

Presidente Petro, encarne la esperanza con altura. Me gustó eso que dijo en una entrevista en El País: «Fue muy bonito ver cómo duerme la gente excluida de Colombia». No excluya a nadie. Después de treinta años de trabajar por un sueño conociendo esta tierra adolorida, una persona con su inteligencia tiene que ser consciente de la responsabilidad que, en tiempos turbulentos, le acabamos de entregar.

Algo tiene que estar muy mal para que estas ideas tan básicas —el mínimo humano— suenen a idealismo. Quien siga percibiéndolas así debe revisar su mirada de la existencia. Y es que, no me malinterpreten, cuando hablo de poesía no me refiero a tener los pies en las nubes, sino a que los que creemos que los hemos tenido en la tierra nos hemos olvidado de que muchos más solo han conocido un camino de espinas.

Para quien no ha tenido nada la poesía empieza al abrir los ojos cada mañana con tranquilidad. La poesía no es sino una interpretación bonita y dolorosa de la vida de la que solo es capaz quien se atreve a soñar. Y qué es la vida sino belleza y dolor. Qué es la vida si no se puede soñar.

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