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No recuerdo unas elecciones locales en Medellín con el nivel de simbolismo de las del pasado 29 de octubre. Fueron importantes por el resultado, aunque aburridas, o al menos, para nada inesperadas. Nunca estuvo seriamente en duda el resultado. Pero eso era quizá lo de menos. Para muchos, la elección pasada se centraba sobre todo en decirle algo contundente a un grupo de políticos y a una forma de hacer política y de entender la participación en los asuntos públicos.
Porque las balotas iban marcadas con más que los votos. Su mensaje era claro: a Medellín no se le hace esto. Y para quién lo hace y para sus aliados y áulicos y esbirros hay consecuencias. El castigo es electoral, porque así son las democracias, pero también fue la expresión generalizada del peor de los desprecios, el que se guarda para quién puso el bienestar de todos en juego, a quién ocupando el cargo responsable de la ciudad, atravesó sus ambiciones a la promesa cívica de vivir bien juntos. A quién uso la desconfianza -principal arma para socavar una sociedad- para contar una historia que justificara sus excesos.
Y no solo fue Daniel Quintero quién sintió la derrota. Solo 3 de los 21 concejales se reeligieron y buena parte de los aliados del ex alcalde en el Concejo durante su administración se quemaron. Un eco de esta forma de votar llevó a estrepitosas e inesperadas derrotas de sus candidatos a la gobernación de Antioquia. Particularmente Medellín y los municipios del Área Metropolitana fueron claves en este resultado.
El pasado domingo por la noche, celebraciones espontáneas ocurrieron por algunas calles de Medellín. Algo extraño, porque la gente puede estar completamente segura de un voto, pero no suele regalarle su alegría a ese resultado. La celebración callejera la reservamos para el fútbol o la navidad. Pero creo que las celebraciones no eran solo por el candidato vencedor, al menos no solo por su victoria. Sino que estaban dirigidas a expresar una especie de alivio colectivo, descargaron una frustración y rabia acumulada en cuatro años de mal gobierno. Eran una celebración de algo terrible que terminaba. Fueron los gritos y pitos de quiénes sienten que han salido por fin al otro lado de un túnel.
En lo que pasó en estos cuatro años hay muchas victorias cívicas. Veedurías, concejales, empresas, gremios, universidades, ciudadanos se movilizaron para cuidar a la ciudad. Lo lograron en tanto es posible hacerlo. La valentía que mostraron y los sacrificios en los que incurrieron quizá evitaron que la cosa fuera peor. Más que eso, nos mostraron una manera más saludable de la participación democrática; la necesidad del equilibrio de los poderes y la constante vigilancia de los gobernantes por parte de los ciudadanos como principio democrático. Lo que ganamos en ese sentido, es inestimable.
¿Y qué nos espera ahora? ¿A la luz, de nuevo, pero con los problemas de siempre y los nuevos que nos han dejado?
Mucho por hacer.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/