Sobre perros y pactos primigenios

Sobre perros y pactos primigenios

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En estos tiempos turbulentos que preceden a las elecciones, pareciera un despropósito hablar o escribir de cualquier otra cosa que no sea política. Pero, precisamente porque somos varios los que nos sentimos agobiados del tema, hoy vengo a hablarles de perros.

Hace dos años, cuando empecé a hacer terapia de manera más juiciosa, le dije a mi psicóloga que yo soñaba con tener un “perro cartera”. Sí, eso suena horrible, frívolo y hasta ofensivo, pero en realidad era mi chiste para referirme a un perro que pudiera estar conmigo en todas partes y ser mi apoyo para los momentos en que me hacen falta dos manos de cinco dedos. Hace mucho tiempo yo aprendí las leyes del desapego teniendo que dejar billetes en el suelo cuando literalmente no puedo agacharme a recogerlos, o cuando no puedo ponerme la ropa que me gustaría porque no es funcional para mí, o por ejemplo, una vez en Disneylandia cuando tuve que dejar tirada una media (no un par, sino una) en el baño por motivos muy difíciles de explicar en este corto espacio. Por esta razón, y porque nunca son suficientes motivos para uno querer tener más perros, empecé a soñar con un perro ayudante que pudiera ser mi soporte en esos momentos donde el espacio y mi cuerpo se retan mutuamente.

Al principio era una idea loca, de esas que uno sabe que no se van a cumplir, pero cuando lo hablé por primera vez en terapia y mi psicóloga supo transformar el chiste en una necesidad genuina y justificada, empezamos a revisar opciones. En Colombia hay pocas organizaciones que trabajen el entrenamiento dirigido a perros de asistencia, pero lo primero que hay que entender es que el término “perro de asistencia” abarca un espectro muy amplio que la mayoría de las veces queda desdibujado porque tenemos como única referencia al perro guía para invidentes. Los perros de asistencia están categorizados según sus funciones y van desde los perros de alerta médica, pasando por los perros de asistencia para movilidad reducida, perros de asistencia para niños con autismo, perros señal para personas sordas, etc… cada uno de ellos tiene habilidades específicas y cumplen diferentes tareas según la necesidad. Algunos exigen ser entrenados desde cachorros y otros, en cambio, pueden ser incluso rescatados de los albergues.

Desde el instante en que esa idea loca se convirtió en una posibilidad real, cuando descubrí que no tenía que acudir a otro país, a otro continente, para resolver todas mis dudas, sino que aquí mismo, en el Oriente Antioqueño, se podía materializar ese sueño, mi vida dio un giro de 180 grados. Siempre supe que mi existencia tenía que estar vinculada a los animales, siempre quise hacer parte de ellos, conocerlos con lupa, y una vez puesto un pie en ese vasto mundo de los perros de servicio, sumergirme por completo fue inevitable.

Los perros nos acompañan desde el principio del mundo —del nuestro, al menos—. Perros y humanos hemos evolucionado en compañía, hemos recorrido los mismos caminos, hemos trabajado en equipo para lograr construir sociedades que perduren en el tiempo. Desde que el primer lobo se acercó para comer alguna sobra o calentarse un poco a la luz del fuego, ese destino quedó sellado. Nos hemos ayudado para la caza, para la pesca, para cuidar de los rebaños, para protegernos del peligro. Desde antes de que Argos reconociera a Odiseo a su llegada a Ítaca, sabíamos que nuestros perros nos esperarían cien años si fuera necesario, ahí, a la puerta de nuestra casa, porque su razón de existir es la alianza que formaron con nosotros.

Hoy tenemos perros en las Unidades de Cuidados Intensivos aliviando el dolor de pacientes que pensaron desahuciados. Tenemos perros de terapia rehabilitando a personas que han caído en las drogas, el alcohol o lugares aún más oscuros de la condición humana. Tenemos perros rescatando víctimas de desastres naturales.

Hoy, yo tengo una perra capaz de ser mi apoyo, no solo físico sino también emocional, para enfrentarme al miedo más elemental de cualquier persona con discapacidad: la conquista de la independencia física. Ella es la extensión de mis brazos, mi herramienta viva, la que logró hacer que ya no tuviera miedo de acceder al espacio público y, por el contrario, lo disfrutara, así sea solo por el placer de verla emocionarse cuando caminamos juntas.

Gracias a ella, no solo tengo una sombra fiel que me sigue a todas partes lista para ayudarme, sino que guardo la esperanza de que muchas personas con discapacidad logren llevar una vida más amable, más cálida, en compañía de un ayudante de cuatro patas. Si bien el mundo tardará mucho tiempo en ser un lugar realmente accesible, los perros de asistencia nos ofrecen la oportunidad de transitarlo, si no con facilidad, al menos con menos miedo.

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