Hay una combinación irresistible para mí: inteligencia y bondad. La inteligencia me resulta fascinante, es un imán, pero siempre he sentido que está rota cuando carece de la sensibilidad para acercarse al mundo con delicadeza, sabiamente. Me encontré con esta idea luminosa del filósofo José Antonio Marina que considero urgente en este presente famélico: «Los seres humanos tenemos dos grandes herramientas intelectuales: el pensamiento crítico y la bondad, máxima creación de la inteligencia». Vale la pena ampliarla: «La máxima creación de la inteligencia es la bondad, que es nuestro máximo nivel solucionador. Esta afirmación suena disparatada porque hemos convertido la bondad en una meliflua resignación sentimentaloide. ¡Qué miopía! La bondad es la genial constructora de la felicidad pública, la enérgica creatividad que produce la justicia. La teleología de la inteligencia nos lleva en la línea teórica a la ciencia y en la práctica a la ética. Y la práctica está por encima de la teoría. Por ello el test definitivo de inteligencia debería ser el test que midiera la bondad. La bondad es la vacuna definitiva».
No podré olvidar eso que ya sabía y que me guiaba, pero ahora lo tendré resaltado así de bonito y de vivo: la bondad es la gran manifestación de la inteligencia. Nos urge comprender su profundidad, en este mundo en el que los tontos y los miopes tildan la bondad de estupidez ante su propia incapacidad, al punto de que el poeta Antonio Machado advertía que él era un hombre bueno “en el buen sentido de la palabra”. Es un mundo urgido de cerebros bien conectados a los corazones, de manera que la brillantez viaje pura a través de venas universales que sigan nutriendo y sosteniendo la vida.
Dijo Javier Cercas que la bondad es la “culminación de todas las virtudes, la más difícil y la más escondida”, y recordó que el escritor Bioy Casares “juzgaba la maldad como una forma de idiotez que conduce a la desdicha”. La bondad es natural, pero es difícil, sí, porque hay que ir en contra de toneladas de maldad que pesan y duelen mucho, mientras que la bondad es, tantas veces, ligera e invisible. Es muy fácil chocarse con la imposibilidad, pero creo que siempre vale la pena el intento, pues nada debe pesar tanto como mirar hacia atrás la vida y saber que uno no ha sido bueno. A propósito de la muerte de Pepe Mujica, alguien dijo en una red social: “El que te invita a pensar que otro mundo es posible nunca se muere”. Y sí: hay bondades luminosas que abren puertas desconocidas en otros y viven así para siempre.
También, así como el humor es poderoso y es, tantas veces, inteligente, hay que recordar que no se trata de cualquier humor. Lo dijo bien Máriam Martínez-Bascuñán: “La sátira es fundamental en democracia, pero hoy nos hacemos una pregunta incómoda: ¿a costa de quién se construye? No todo aquel que no ríe es un torpe, un mojigato o un moralista. A veces, entendió perfectamente el chiste y justamente por eso le pareció inaceptable”. Nuevamente, la bondad debe ser la base para practicar la inteligencia. Cuando percibamos dolorosamente la profundización de la crueldad en el mundo deberemos saber que se está pudriendo, opacando, lo brillante. Una humanidad más mala es una humanidad más tonta. Quizás nos haga falta pulirnos desde la base, que desde la primera educación se nos enseñe que la bondad es la gran manifestación de la inteligencia.
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