Sobre el «Pretty privilege»

Sobre el «Pretty privilege»

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Hay días donde no me quiero maquillar, no quiero peinarme, tampoco ponerme vestido, o falda, o shorts. Puedo ponerme pantalón de sastre y recogerme el cabello, pero uso tenis para verme menos formal. Puedo ser profesional sin pestañina encima, también sin tratamientos en la piel o labial. Puedo pero, con base en cualquier beneficio, prefiero no hacerlo.

Mi decisión se basa en la experiencia, en saber lo que significa habitar un cuerpo distinto, no normativo, incómodo para digerir. Si digo esto es porque lo que sé, se basa en cada versión de mi misma que he habitado y como mi entorno me ha tratado en relación con ello. Todas son Marianas, pero cada una ha vivido tratos abismalmente diferentes en cada época de su vida.

Fui gorda, muy gorda. Fui gorda y feliz porque era todo lo que conocía; no tenía puntos de comparación, pensaba que el mundo era igual de difícil de navegar para todos y todas los que me rodeaban. Las niñas eran poco amables, los profesores no me notaban mucho, era normal; en mi mundo, la apatía y los apodos grotescos en honor a la forma de mi cuerpo eran normales.

La cabeza y el corazón se abrieron cuando por primera vez perdí peso. Al inicio fue una mezcla de vanidad, adolescencia y mucho internet, fue inofensivo; los kilos de “más” empezaron a esfumarse sin mayor esfuerzo y aunque había cambiado por fuera, el choque de verdad fue interno. Llega el punto de comparación, llega el empezar a ver la amabilidad de la señora de la tienda del colegio y los piropos de mis compañeras porque la falda me quedaba grande y con algunas poses se me notaba el hueso de la cadera.

Ese hueso siempre estuvo ahí, antes cubierto por carne. Esa lugar que ahora se hacía notorio me ganó la simpatía y el respeto de mis amigos en la unidad porque Mariana ahora no era “Marrana”. En las tiendas de niñas antes no me miraban mucho, pero ahora las asesoras me buscaban para mostrarme prendas pequeñas en el Bershka. El mundo cambió a medida que yo cambié.

Uno suele pensar que la belleza normativa sólo determina si levantas prospectos o no, la cantidad de perros que te echan o lo mucho que te miran cuando pasas por un lugar. Uno no suele creer que es más posible que te hagan un favor porque te ves dulce o inocente, que te faciliten la vida conforme a la forma de tu nariz, tu clavícula u ojos.

La atención que te dan muchas veces determina tus oportunidades, las puertas que se abren y las que nunca se abrirán. Sí, existe la atención ganada por el talento y el trabajo duro, pero antes de ello puede que el rostro, las caderas o la ropa se lo ganen primero; no el respeto, sino la sensación de existir y ser vistos, el privilegio de ser bello en un mundo donde nos sentimos en la constante obligación de serlo.

Otos escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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