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“Al capitalismo no le gusta el silencio«
Byung Chul Han
Ruido por todas partes. Imágenes, sonidos, opiniones, noticias. La nueva canción, el nuevo video, el nuevo libro. Un best seller y otro más. La promesa de la actuación, otra promesa, ahora sí una promesa real. Nuevos episodios, la serie más vista, la película más taquillera. El nuevo auto, el auto más seguro, el más rápido o el más hermoso. El celular que toma las mejores fotos. Lo nuevo, lo mejor, lo único. El capitalismo hace ruido.
El capitalismo en la era digital no quiere el silencio, le estorba. Basado en la sobreestimulación de las emociones necesita del ruido permanente para desviar la atención de lo trascendente, para impedir que el individuo se concentre y ahonde en su esencia y consuma, por impulso, las órdenes del mercado.
El ruido no es solo sonido, también es la abundancia de imágenes por todas partes. Lo digital nos empuja a la autopublicidad en un sin fin de fotos y videos que no narran nada, sólo son la reafirmación del yo-narciso. Apartados de la esencia individual, nos volvemos información consumible y descartable, y parte del juego el capital ruidoso que teme a lo profundo y lo estructurado. El silencio no se consume porque no hace presencia en lo digital. El silencio es la garantía de resguardo de la esencia individual frente a la homogeneización psicopolítica.
El silencio no es, necesariamente, la ausencia de ruido. En el silencio puede haber música, diálogos, risas. La brisa del mar, el llanto de alguien, el crujir de las hojas al caminar y el viento de verano, son situaciones con sonido que evocan el silencio. Con sonido, pero no ruidosas.
El sonido del silencio procura la demora, lo trascendente. Manifiesta estéticamente la profundidad de un momento, la duración del instante que se vive en un contexto de plena conexión del individuo con lo que lo rodea. El silencio como duración, como demora, es contrario al ruido del capital y a la sobreexposición digital.
Hoy, los hechos se superponen unos a otros sin dejar rastro, sin contar historias. Pasan efímeros en la marea de información constante a la que estamos sometidos, imposibilitados para hilarse entre sí porque la tensión narrativa entre la causa y la consecuencia, entre lo que sucede a nuestro alrededor y su interpelación, ha desaparecido.
No hay hechos porque nada sucede realmente o, lo que sucede de verdad, dura y trasciende, por lo que es ajeno a la aceleración digital, en la que está puesta la mayor parte de nuestra atención. Lo que sucede no nos toca y lo que no sucede nos empuja a creer que eso es lo único que sucede.
El ruido hace que las emociones superen a los sentimientos. Las emociones son estridentes. Se activan como chispa en la coyuntura y desaparecen casi al mismo tiempo para dar paso a otras emociones que siguen el mismo camino y duran mientras no haya unas más fuertes que las sobrepasen. Los sentimientos, en cambio, son silenciosos, perduran en el tiempo como una forma de explicar los diferentes estados de ánimo por los que pasa un individuo cuando se enfrenta a algo que lo conmueve.
Vivimos presos de pensar, sentir y actuar por obligación. Se nos llama a estar encadenados permanentemente a la red para informarnos creyendo encontrar saber, para publicitarnos creyendo contar historias, para hablar con personas creyendo dialogar con amigos. Ruido puro. El individuo se ha vuelto un decibel más que ayuda a amplificar el ruido del mercado y la información necesaria para que este funcione. Pareciera que la única forma de enfrentar al capital que cuantifica cada aspecto de la vida misma sería callar.
Por la ausencia de silencio hemos perdido la capacidad de leer, de observar y sentir nuestro entorno. Sólo los impulsos emotivos nos sacan del letargo de dicha incomprensión para ubicarnos como piezas de reloj en la viralización de la indignación momentánea a la que nos somete el poder psicopolítico para el desarrollo de sus objetivos económicos. Estamos confundiendo el ruido con la acción.
El ruido del capitalismo nos desconcentra. Pone nuestra atención en el consumo; busca que no haya espacios de silencio en los que el individuo pueda pensar, crear nuevas palabras y demorarse, habitar una idea. Nos obliga a estar pendientes, no atentos. Estar pendiente es estar sujeto a la posibilidad de estabilidad o caída; es un eterno movimiento entre el todo y la nada que sujeta al individuo a depender de un estímulo externo, la decisión de un poder que lo supera, que viene de afuera y lo determina. El ruido del capital nos quiere pendientes de lo nuevo, lo inmediato, la coyuntura. Nos necesita sujetos, sometidos al ya, ausentes de toda perspectiva.
El silencio, la huida de la red y la perspectiva temporal más allá del eterno presente de lo digital son peligrosos para el poder psicopolítico ruidoso. El silencio nos pide atención, una relación con nosotros mismos fuera de toda utilidad. El silencio es un acto propio del individuo en el que se retira de todo estímulo externo y se concentra en el pleno ser presente que solo depende de sí mismo. El silencio no nos somete ni nos sujeta, nos libera de estar pendientes y de la espera que depende de lo ajeno.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/