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Si acaso habrá futuro

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La mañana que conocí a Teresa llegué mucho antes de la hora habitual de apertura del lugar en el que debía hacer unas diligencias. Sin mucho más que hacer hasta que fueran las ocho en punto de la mañana, me fui a tomar un café en una panadería cercana para hacer algo de tiempo.

Pasados unos minutos, mientras respondía algunos mensajes, una mujer de mediana edad, en aparente situación de calle, se acercó pidiendo unas monedas para comprar algo de desayuno. Pidió un café con leche y un pan y se sentó en el piso de la esquina a comer. Desde que llegó, me llamó la atención que traía dos guitarras consigo. Estaban viejas, ajadas y les faltaban cuerdas.

Me surgió curiosidad que llevara los instrumentos; yo que apenas sé dar un par de acordes y puntear torpemente la guitarra me le acerqué a preguntar si sabía tocarla. Me sonrió y me dijo: “Claro, la sé tocar, pero me faltan tres cuerdas, tengo que bajar al centro a comprar unas nuevas, pero me olvidé de que hoy es feriado. Si quieres, te puedo tocar algo”. Le pedí que tocara, quería ver cómo era posible sacar una melodía sin el instrumento completo.

Ajustó de inmediato el clavijero y empezó a tocar y cantar hábilmente lo que parecía una canción de cuna. De alguna forma, con su enorme destreza logró que la melodía saliera limpia y armoniosamente; las cuerdas que no estaban no hicieron falta. Quedé sorprendido y le pregunté cuánto tiempo llevaba tocando; le conté que estaba aprendiendo e incluso busqué en mi celular algunas tablaturas de ejercicios.

La respuesta fue aún más impactante que lo que ya había hecho con los dedos. Me contó: “Ay mijito, si te contara. En mi familia todos tocamos algún instrumento desde hace tres generaciones; incluso yo estudié música en el conservatorio en Caracas, soy maestra”. Acto seguido, buscó en su bolsa una carterita con papeles, y sacó el carné que la acreditaba como maestra de ese conservatorio. También me dijo: “No solo eso, también soy comunicadora social de la Universidad Central de Venezuela”. De nuevo buscó entre sus cosas, y sin pedírselo, mostró un nuevo documento que respaldaba su historia.

De alguna forma, no hacía falta que intentara siquiera probar lo que decía; su lenguaje y sus formas no eran las de una persona de la calle, aunque lo pareciera. Ya entrados más en la conversación, me aventuré a preguntarle cómo es que una mujer de su formación y conocimiento estaba en esa situación. La historia que me contó en adelante fue una más de esas que parecemos acostumbrados a escuchar sobre esa tragedia colectiva, ese éxodo infame que ha sufrido el pueblo venezolano.

Así empezó su relato: “Cuando todo empezó a ponerse escaso, la comida y los medicamentos, sobre todo, nosotros tratamos de aguantar, pero solo hasta que yo me enfermé tanto que casi me muero por falta de asistencia y medicinas. Ahí fue cuando decidí venirme con mi hija, hace seis años. Llegamos primero a Cúcuta, después fui a Santa Marta, Barranquilla y hace ocho meses estoy en Medellín, luchándola. ¡Ja! He sido vendedora, mesera, recicladora, lo que resulte, pero nunca, por más hambre que tenga o necesidad que esté pasando, me he querido meter en vainas raras, aunque las oportunidades surgen, ¿sabes? Pero yo no voy a permitir que mi nieto crezca en un país donde de mí puedan decir que soy una delincuente, ¿vale?”.

No pude evitar preguntarle qué expectativas tenía sobre las próximas elecciones en su país que serán en veinte días, sobre si le generaba alguna esperanza la batalla que estaban dando María Corina Machado y Edmundo González por la libertad, democracia y dignidad de su gente. Después de un suspiro largo y dubitativo, expresó: “Esta gente lleva muchos años robándose todo lo que ha podido, cuanta plata o votación se le atraviesa, ¿tú crees que van a soltar tan fácil la gallinita de los huevos de oro? No seas ingenuo, carijito, esa gente ya nos robó hasta el futuro. Lo de ahora es pan comido, Venezuela no va a cambiar. Allá siguen mi mamá y mis hermanos pasando trabajos, pero yo me prometí que no voy a volver, porque allá yo ya lo perdí todo. Aquí tengo a mi hija y mi nieto y yo voy a seguir trabajando hasta poderles dejar algo”.

Me partió el alma su condición. Pasó de ser una mujer con estudios y oportunidades a vivir del rebusque y casi en la indigencia. Me conmovió su tristeza, que la carga hasta el alma, que le brota en cada gesto y cada palabra, su desesperanza larga que ya caló muy adentro y, sobre todo, el repudio y la negación, la rabia y el dolor por lo que alguna vez fue su lugar sobre la tierra y de la que salió como paria por la destrucción que generó la ambición de otros de hacer del poder el vehículo para enriquecerse infinitamente a expensas de un enorme sufrimiento humano.

Nos despedimos con una sonrisa, sabiendo que a lo mejor nunca nos volveremos a cruzar. Espero que su vida pueda ser mejor, menos hostil, menos dolorosa, que pueda en algún momento curar esas heridas y rehacer su vida en el lugar del que nunca debió salir, que le sea devuelta su vida, la vida que le robaron. Si el régimen criminal es derrotado, si se respeta el clamor popular, un nuevo gobierno tendrá la tarea titánica de devolverle a ese país y su gente la dignidad pisoteada. Será difícil ganar y gobernar, recuperar lo perdido. No queda más que esperar y desear que así sea, que Venezuela sea otra vez un lugar próspero, un lugar donde el imperio de las emociones tristes no defina la vida de millones. #TodoElMundoConEdmundo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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