Ser un delfín

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Venía aplazando esta columna hace rato. Es un tema que hace sentir profunda inseguridad, que me tira a un limbo de identidad que no me gusta enfrentar todos los días. Es de esos, quizás, como los tenemos todos, que no he resuelto, que tal vez nunca logre acoplar a la persona que me gustaría ser.

Es un privilegio en el sentido más literal. Da una serie de posibilidades que no vienen del esfuerzo o las capacidades que uno da y tiene. Abre puertas a las que otras personas nunca se podrán acercar. Es injusto. Creo que por eso a algunos compañeros les gusta atribuirle todo lo que hago a ese rasgo. Justifica mis logros a través de la injusticia de los apellidos. Simplifica mucho mi persona. Anticipa todo lo bueno que puedo llegar a lograr con los obvios del nepotismo.

Ahora que estoy en el alba de mi carrera profesional, empiezo también a dudar si todo lo que voy a lograr se me fue entregado. Si yo simplemente seré capaz de mantenerme a flote mientras me carga la corriente. Como si fuera un dado que lograré algo solo por la familia en la que nací, que es lo que suponen los que me llaman así.

Es interesante. Tanto me han dicho delfín, que, aunque me fui para un país donde para todo el mundo soy “Juan” y no “Gaviria”, yo también me empecé a creer que ya había sido un delfín; una condena. Como si fuera un rasgo que no solo se es, pero también se ejerce. Aún desde lejos. Aún acá, dónde somos lo que hacemos en el anonimato de la internacionalidad. Una condición que sé que muchos llegamos a agradecer, que simboliza algún tipo de descanso. Una oportunidad para poder mirarse de manera más objetiva antes de tener que volver a cargar los apellidos en todas partes.

Me duele pensar que eso seré el resto de mi vida. Me duele pensar que detrás de cada logro habrá susurros que dirán “ese es un delfín”, “a ese lo eligieron por rosca”. Lo que más miedo me da es que sea verdad, que, mientras trabaje en mi país, nunca lograré diferenciar qué fue mérito propio y qué me lo entregó la fuerza del nepotismo.

Yo tampoco sé diferenciar muy bien de dónde vienen mis opiniones. Tengo una lealtad amorosa a mi familia. Me gusta celebrar los triunfos de Alejandro, María Isabel, Carlos Eduardo como triunfos ideológicos, aunque sepa que es mentira. Aunque con la familia de mi mamá tenga una discordancia en política fuerte, igual los apoyo, porque me llenan sus triunfos y me duelen sus derrotas. Me toca abstenerme cuando quiero defender a muerte a mis tíos, porque sé que, aunque no se diga, piensan que no voy a poder dar una respuesta sana.

“Pero ellos representan mis ideales, es lo que creo”. Me he dicho mil y mil veces. Pues yo estoy de acuerdo con ellos. A fondo. Defenderlos entonces sería una cuestión ideológica. No una familiar. Este sería un ataque individual, mío. Mío, mío. Pero quizá la admiración desmedida a mi familia nunca me dejó escoger una ideología. Quizás mi lealtad me condenó a que me sea difícil pensar por mí mismo, aunque lea y argumente y me convenza de que esas son mis ideas, será siempre una defensa familiar, nunca será mía.

Supongo que esa es la eterna búsqueda de los delfines, por lo menos la de aquellos que miran el título como algo denigrante, que buscan individualidad. Yo busco individualidad. Pero entonces, ¿para conseguirla tengo que rechazar a mi familia y sus apoyos?, ¿no debo usar las puertas que me entregó la vida para hacer lo que quiero?, ¿debo llevarles la contraria solo por llevarles la contraria? Esas son las preguntas que hoy me hago desde la distancia. Preparándome al enfrentamiento que tendré cuando regrese a Colombia en búsqueda de construir mi propia identidad.

No conozco las respuestas, y quizá se demoren mucho en construirse. Sé lo que siento. Siento pasión, lealtad y amor por mi familia, por todos los que son parte de esa cohorte. Siento ganas de opinar, trabajar y aprender sobre Colombia. Siento un amor profundo por la vida. Un agradecimiento enorme por las personas que me entregó y que estan a mi lado; sobre todo, mis papás y mis hermanas. ¿Qué si soy un delfín? Probablemente lo seré para unos, aunque me gaste mi vida entera en probarles que no lo soy. Por ahora me tengo a convencer a mí de que lo que más soy es Juan Felipe.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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