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“Odio a los indiferentes…vivir significa tomar partido”. Antonio Gramsci.
Con esta frase me animé a salir a marchar el pasado domingo. En principio tuve dudas como muchos de los que nos hacemos llamar de centro, pero rápidamente pude darme cuenta de que poco importaba quien hubiera convocado esta movilización, lo único importante era estar de acuerdo con la principal razón de la marcha: el descontento con un Gobierno Nacional que no le ha dado la talla a Colombia. Poco importa a esas alturas, si el presidente se posesionó con las banderas de la izquierda o de la derecha, el tema es que tiene que ejecutar el plan de desarrollo y cuidar a Colombia y este, aunque sea el gobierno que usa las banderas del pueblo, le está incumpliendo a la gente y eso es lo suficientemente grave. En el Gobierno Nacional no se trata de palabras sino de acciones, por eso se le llama poder ejecutivo y se demuestra con cifras, no con palabras.
No debe quedar ninguna duda sobre quienes salimos a marchar ayer. No pueden hacernos creer en la falsa idea de que esta marcha es la de la élite y las otras son del pueblo, el pueblo además somos todos y particularmente en este caso se unieron los improbables, porque el centro si salió, los jóvenes si salieron, los ricos y los pobres también, los políticos y los apolíticos.
Los únicos que no marcharon fueron los indiferentes, los que siguen calculando si hay que salir o no por razones políticas, los que les importa más su reputación que su país. Las ideologías empiezan a ser indiferentes cuando a todo un país se le incumple. Tal vez la única diferencia es que unos no estamos sorprendidos y otros lo están, pero indignados todos, aunque ya todos no puedan hablar.
Tuve dudas de salir a marchar con partidos con los que no me identifico en casi nada, pero decidí no caer en la trampa de la política mal entendida que no toma partido, sino que toma caudillos y yo solo estoy de un lado: del bienestar para las personas y para el planeta. Por eso defiendo la democracia, el rigor en la función pública y la eficiencia del Estado. Todos los que coincidimos en eso tan básico, lo debemos exigir a quien tenga en sus manos el poder para garantizarlo.
Marché ayer como feminista, como mujer, como profesional en sostenibilidad, como ciudadana de un país que necesita un liderazgo serio en momentos de crisis. En esta marcha nadie se parecía y eso me devolvió la esperanza en la posibilidad de construir en medio de la diversidad y de la fuerza ciudadana.
En este país hemos marchado en contra de casi todos los presidentes y eso, en vez de tranquilizar a los gobiernos de turno, les debería hablar de una cultura cívica que hace valer sus derechos, de una ciudadanía política e interesada en las decisiones públicas y que por ello es mejor tomarlos en serio.
Y aunque no creo que una marcha haga movilizar al gobierno, sí creo que el mensaje democrático fue contundente. Solo me queda el sinsabor de que esto no tenía que ser así, que no teníamos que haber llegado hasta aquí porque siempre existió la posibilidad de salir de la pelea de los extremos en medio de las elecciones. Tuvimos varios candidatos de centro que podían ser puente y decidimos volver a la eterna y ficticia guerra de la izquierda y la derecha. Solo espero que la respuesta ciudadana ante la inconformidad no sea un comportamiento pendular que nos deje en el mismo sitio en unos años, pero al revés. Ojalá hayamos aprendido la lección y empecemos a elegir con algo más de sensatez. Los fanatismos han demostrado con creces su fracaso, por eso ser del centro es tomar partido.
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