“Desde septiembre se siente que viene diciembre” es una frase que, desde mediados de los años noventa, anuncia con mucha anticipación la llegada del último mes del año y todo lo que este trae consigo. Es cierto que esta expresión genera amores y odios: mientras para algunos es el anuncio a viva voz de la llegada del “mes más alegre”, para otros no es más que la antesala estridente y cacofónica de la Navidad.
Se acerca diciembre con su parranda y diversión, pero también con el inicio del alza en el precio del gas natural en Colombia. Esto se debe a que los contratos vigentes, que venían otorgando cierta estabilidad a este recurso energético, finalizan en noviembre de 2025, y el panorama previsto a partir de entonces no es muy alentador.
Colombia ha sido un país que encontró en el gas natural una opción energética principalmente para procesos térmicos, tanto a nivel residencial como industrial, rentable y con menores emisiones que otras fuentes como la madera, la gasolina o el carbón. De acuerdo con la Asociación Colombiana de Gas Natural (NATURGAS), este recurso llega a más de 12 millones de hogares en el país, es decir, a más de 36 millones de colombianos. Además, constituye la principal fuente de energía térmica para la industria y abastece a las plantas térmicas que se utilizan para atender la demanda eléctrica nacional cuando la energía hidráulica no es suficiente.
Con esto sobre la mesa, es claro que Colombia necesitará del gas natural no solo en el corto, sino también en el mediano plazo. Sin embargo, esta necesidad no ha sido coherente con las decisiones que se vienen tomando en torno a la exploración y el desarrollo de infraestructura. Desde 2024, Colombia perdió su autosuficiencia y se ha visto obligada a importar gas natural licuado (GNL) a través de la planta de regasificación SPEC, en Cartagena. En un principio, esta planta buscaba respaldar el gas utilizado para procesos de generación de energía eléctrica, pero ahora se le considera el salvavidas ante la ausencia de nuevas fuentes en el país y el agotamiento de los pozos actuales.
No obstante, esta solución trae consigo diversas implicaciones. La más relevante es que se trata de un gas más costoso, que requiere mayores procesos y que resulta mucho más sensible a los cambios del mercado internacional, como guerras, aranceles o fenómenos climáticos. Para la muestra, un botón: ECOPETROL solo renovó el 30% del gas que se tenía contratado a noviembre de 2025, con incrementos superiores al 35% —incremento que no ha sido justificado—, dejando expuestos tanto al otro 70% de la demanda actual como a la creciente, a la volatilidad de los precios que otros actores del mercado puedan imponer.
Los retos con el gas no terminan allí. Además de la falta de oferta local, se suma el hecho de que no ha sido posible desarrollar un marco regulatorio que permita tomar decisiones de largo plazo en torno a la importación de este recurso. En otras palabras, “compramos para el diario”, y todos sabemos que eso solo hace menos eficiente cualquier negociación. A esto se agregan los desafíos de infraestructura, pues algunos tramos del gasoducto actual presentan restricciones de transporte, como es el caso del tramo La Mami–Ballenas, cuya capacidad actual es insuficiente para llevar el gas desde SPEC hacia el interior del país.
Y si el fenómeno de El Niño decide aparecer el próximo año, que nos coja confesados, porque se necesitaría un volumen importante de gas para suplir la demanda de energía eléctrica del país, volumen con el que no contamos y que podría traducirse en un apagón.
Soy consciente de que no es un escenario alentador, ya que el consumo de gas no disminuirá de manera considerable en los próximos años, y las respuestas que se han dado hasta ahora no han sido las mejores. Sin embargo, también es cierto que existen soluciones que, como Estado —no como gobierno de turno—, debemos adoptar: acelerar los proyectos de exploración en el país, definir marcos regulatorios reales y adecuados que permitan negociar a mediano plazo la importación de combustibles, promover el uso más eficiente del gas, electrificar algunos de los usos actuales y desarrollar estrategias de infraestructura e inversión necesarias para garantizar el suministro y evitar un apagón.
Así que sí, se viene diciembre, y no solo con su alegría: llega con incrementos en el precio del gas y con incertidumbre sobre su futuro cercano. Solo espero que Colombia adopte como propósito de Año Nuevo la aceleración de las decisiones necesarias, para que el próximo año no se nos apague la vela del gas y no tengamos que considerar seriamente volver al uso de otras fuentes como el carbón, la madera u otras menos sostenibles.
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