¿Se puede volar?

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“Quizá el mundo sea de verdad un cuento contado por un idiota lleno de ruido y furia. No obstante, seguiré atento a sus latidos como el que continúa rezando tras perder la fe.”

Juan José Millás.

“A donde vayas busca siempre una ventana que te guste.”

Primera persona. Margarita García Robayo.

No sé si alguien más —confieso que espero que sí—, por estos días, se sienta aplastado por el mundo. A pesar de los incontables salvados por la indiferencia o el positivismo tóxico, omnipresentes, casi quiero creer en una de esas ideas que abundan en redes sociales sobre astros alineados para que todo se sienta particularmente difícil en estas noches profundas.

Le preguntaba a mi esposo una mañana, organizando lo diario para intentar enfrentar lo debido, si podíamos cerrar los ojos y nacer en otro país. Aunque otro país estaría en el mismo mundo y, probablemente, en ocasiones, también nos haría querer cerrar los ojos para fantasear con mapas alternos. “Para quebrarme, pienso, basta que sople un viento”, dice Margarita García Robayo en Primera persona.

Lo bueno, reflexionaba respondiéndome a mí misma que no, que ya no nací en un sitio de andenes anchos, multiculturales, incluyentes y medianamente honestos, en el que no haya que acostumbrarse al miedo y la violencia sea más un eco que un hueco con el cual tropezar cualquier mañana, es que al menos puedo imaginarlo. Puedo recrear otras vidas posibles y sacar algo singular para moldear la real, para escribir estas palabras y que otros que se hunden bajo el peso del mundo de los sin papeles y las guerras interminables y el aire irrespirable y los terremotos, y aquellos de los países narrados por la sangre, sepan que no son los únicos.

En mi búsqueda leo que las abejas bailan para transmitirles a sus compañeras información sobre nuevas zonas florecidas para alimentarse: aprenden de sus mayores la forma particular en la que deben bailar para comunicar correctamente dirección, distancia, cantidad. Cómo no voy a poder yo imaginarme otros días para superar estos, para vencer el miedo a intentar lo que más anhelo. Evoco la escena de las dos rocas en la gran película Todo en todas partes al mismo tiempo: una se mueve hacia la otra que, inmóvil, le dice que ellas son rocas y no se pueden mover, a lo cual la que se desplaza le responde que no existen reglas.

Es justo eso. Tantas reglas nos llenan de pavor y entonces, cuando involuntariamente acariciamos el principio de la imaginación y nos ilusionamos, el miedo nos paraliza y nos devuelve al manual. Contaba esa mujer y escritora enorme que fue Ursula K. Le Guin en un documental sobre su vida cómo luchó durante años por demostrar que sus obras de ciencia ficción no tenían menor valor literario que otros géneros. Hablaba de una forma maravillosa sobre los universos y los personajes que creó, explicando que para ella sencillamente existían. Y a partir de eso contó la vida.

Todo en todas partes al mismo tiempo se adentra sin reglas, en una explosión de creatividad y posibilidades, en temas tan diversos como la inmigración, la relación madre-hija, lo que pudo ser, el amor, las luchas de cada uno. Dice en un momento: “lo correcto es una caja minúscula inventada por la gente que tiene miedo”. Y uno respira aliviado.

A mi derecha, mientras escribo, la ventana me muestra un turpial de Baltimore amarillo brillante con cabeza y alas negras rayadas de blanco, y una piranga rubra, un macho rojo cereza que en su juventud fue verde oliva. Los dos comen plátano en mi jardín colombiano días antes de partir de vuelta al norte. Si hubieran analizado racionalmente que con su tamaño tendrían que volar alrededor de veinte mil kilómetros anuales a regiones desconocidas cuya dirección tendrían que confiar a un sentido de orientación más poderoso que cualquier tecnología humana, quién sabe si se hubieran aventurado. Escribió Margo Rejmer en su novela Barro más dulce que la miel: “La autoridad regulaba los sueños y los cercenaba hasta el punto de que la gente acabó por desaprender a soñar.”

Hace poco, después de un par de años de no hacer un viaje largo y lejano como los que me gustan, me senté ante la monumental —y carísima— planeación del siguiente y me paralicé. Cuántas razones para desistir. Pero sin movimiento nos oxidamos, la vida avanza sin nosotros y entonces nos convertimos en pánico. En un mundo tan pesado hay que desafiar la incertidumbre soñando. Hay que ser la roca que camina porque no sabe que no puede. 

Tras la ciencia ficción de Todo en todas partes al mismo tiempo, me maravilló una escena sencilla al final, cuando la protagonista —después de haber visto tanto de lo que pudo ser y no fue— cambia radicalmente su mirada. Pensaba entonces que a veces, con ese gesto tan difícil, basta para transformar la vida y transitar las noches más oscuras.

Me quedo, para terminar esta columna que no es sino un esclarecimiento propio para el impulso, con el mensaje que le dio la mujer que le ayuda a organizar la casa a la periodista Luz Sánchez-Mellado el pasado Día de la Mujer: “Ánimo, señora, siga peleando.”

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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