La primera foto que tengo con el diablo del Carnaval de Riosucio es de cuando tenía tres meses. El papá me llevó a conocerlo cuando ni siquiera podía decirle don Sata. Los riosuceños sabemos de su majestad desde que nacemos, y quizá por eso nos molesta tanto cuando se ponen a hablar de él sin conocerlo. A llamarnos satánicos por ignorancia. Ni vergüenza les da.
Claro que adoramos al diablo del Carnaval. Cómo no, si es el símbolo que nos recuerda que la fiesta se disfruta en paz, con amigos, si es una figura festiva que invita a bailar, a escribir, a gozar, que llega cada dos años a hablarnos de alegría, que es amable, bonachón, amoroso, que critica los malos gobiernos y juzga a los que se portan mal, a los corruptos y a los violentos, y que además nació de la fusión de elementos culturales de los blancos, los negros y los indígenas que confluyeron en esta tierra. Y eso es lo que hemos repetido, y seguimos repitiendo: nuestro diablo no es el católico, no es el de la biblia, y no hay que confundirlo.
(Un día escribí sobre el diablo en la revista Generación, por si quiere ahondar más)
Pasó recientemente en la Asamblea Departamental de Caldas, en una sesión que terminó con una muy buena noticia, la ordenanza número mil declaró que la fiesta es patrimonio cultural de Caldas. Ya era Patrimonio Cultural de la Nación desde 2005. Fueron dos diputados, los que votaron no a la declaratoria, según ellos, porque su religión se los impide.
María Isabel Gaviria, del partido Mira, le dijo a La Patria que “esto es una ordenanza que se aparta de mí de lo cultural y por eso es imposible votarlo positivo. Mi coherencia y creencia desde hace 40 años que soy cristiana me aparta totalmente de este proyecto donde al final de la socialización dijeron ‘su majestad el diablo va a estar feliz’ me hace pensar que es una fiesta pagana”.
Señora María Isabel, claro que su majestad don Sata anda feliz, y claro que es una fiesta pagana (adj. Que no es cristiano ni de ninguna de las otras grandes religiones monoteístas). Esta declaratoria, como también lo es la Nacional y la local, son importantes para que una tradición que tiene aproximadamente 200 años pueda seguir existiendo. Quién sabe cuál es la definición que tiene usted de cultura para pensar que el Carnaval no es cultural. Supongo que no leyó ni una línea sobre él y que nunca ha pasado por acá. Siento mucho que se haya perdido de tan magna fiesta en los tantos años que ha vivido.
El diablo, ya lo expliqué, que no es el religioso en el que usted está pensando, es uno de los símbolos de la fiesta, y ni siquiera el más importante. La esencia, si es que necesitáramos hacer una lista, son las cuadrillas, con sus disfraces coloridos, sus letras picantes, el esfuerzo que los cuadrilleros hacen, de tiempo y dinero, durante dos años para crear una idea, un disfraz y luego recorrer el pueblo cantando. Y es una fiesta llena de elementos, como la literatura matachinesca. A que no sabía, diputada, que el Carnaval también es literario, y que cada dos años se crea una república carnavalera donde la cotidianidad se trastoca.
Pero usted no estuvo sola, su colega Jorge Ariel Carmona la secundó: “Esta ordenanza es antagónica a mis creencias y convicciones frente a lo que significa la figura del diablo”.
Cuáles convicciones, señor Jorge Ariel, usted se equivocó de diablo y de pueblo. Los dos están desconociendo, para empezar, el origen del Carnaval, que nació como el encuentro de tres comunidades, y por eso tiene elementos de las tres. Pero si de creencias religiosas hablamos, este pueblo es católico, y si lo quieren ver, basta pasarse el Jueves Santo para comprobar que los que cantaron el Salve Salve placer de la vida están rezando el Salve a la Virgen.
Para más señas de que lo que les faltó fue estudiar más: hasta en la casa cural se ha visto a don Sata y el inicio de la fiesta empieza con una misa para recordar los matachines muertos. Porque si uno va a hablar del Carnaval y del diablo tiene que darle, mínimo, una ojeada a algún libro o artículo confiable. Son muchos los riosuceños e historiadores que lo han explicado. No pasen penas, que su majestad, que bien estudioso que es, sí se enoja, como ya les dije, con los que se portan mal: seguro tiene en la lista a los ignorantes que hablan mal de él.
Pero esto que pasó con la declaratoria de un Carnaval me hace reflexionar de nuevo sobre la clase de gobernantes que elegimos. Porque si no son capaces de dejar a un lado las creencias religiosas para una fiesta, o estudiar lo mínimo, qué podemos esperar en temas esenciales para la vida y el país. Estamos en un estado laico, no hay que gobernar con la biblia al lado.
Pero qué decirles, señores diputados. El Carnaval es parte de lo que somos nosotros como pueblo, y cuando insultan al diablo, insultan nuestra cultura. Ni modo de invitarlos a Riosucio ni mucho menos contarles lo que significa, pues ese estado en el que entramos los riosuceños y sus invitados en enero de los años impares, es indescriptible. Nosotros más bien lo conjuramos: Oh diablo del Carnaval, despierta y vuelve a la vida…
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