Escuchar artículo

Tal vez no deberíamos hablar de otra cosa. ¿Qué más nos queda, acaso? Y tal vez lo hagamos solo para aliviar nuestras conciencias; para sentirnos, de alguna manera, menos impotentes. ¿Qué más puedo yo hacer?

Las imágenes de la destrucción, las cifras del genocidio, el llanto de los que sobreviven, el silencio de los que mueren están ahí un día sí y el otro también. Las bombas no dejan de caer. Ya no en Rafah, ni en Jan Yunis, ni en Jabalia, donde apenas quedan cosas por destruir… Pero sí en Nabatiye, en Dahiyeh, en Beirut.

“El desarrollo humano retrocede más de 40 años en Gaza y 30 años en el Estado de Palestina”, dijo la ONU en mayo de este 2024. Han creado un desierto, y a la desolación y la muerte que dejaron luego la llamarán paz. Alguien comparó cifras, kilómetros, distancias: el territorio bombardeado por Israel es tan grande como todo Manhattan.

Tal vez es que nos hemos hecho inmunes a las tragedias. Tantas y tan seguidas que se nos ha gastado el asombro. O quizá es que el triunfo del individuo sobre la sociedad nos haga pensar que, a fin de cuentas, aquello pasa muy lejos y que una tal Aysha o un tal Vadhir nada tienen que ver con nosotros, aquí, a once mil kilómetros de distancia. Todo lo que no sea yo, me es ajeno.

Y puede ser que eso que llamamos globalización, que logró que encontremos las mismas tiendas en todas las ciudades, nunca nos acercó a los demás, no nos enseñó nada del otro, no pudo —ni quiso— generar solidaridad entre los pueblos.

¿Para qué sirve decir esto desde aquí? ¿Para qué estas letras? ¿Para qué escribir de nuevo que aquello claro que es un genocidio? ¿Para qué sirve repetir que allá no hay defensa de nada, sino la venganza más cruel posible cometida por criminales de guerra? ¿Para qué hacerlo si sabemos, como escribió Lichtenberg, que no es posible convencer a los adversarios con argumentos escritos?

Tal vez para que quede constancia. Para sumarse a los que lo dicen con más fuerza, para repetirlo porque es necesario, para que cuando se hagan búsquedas futuras sobre lo que pasó allí no solo se lea la versión del vencedor, para que se lea en alguna parte los nombres de los más de 40.000 civiles muertos sobre los que celebran los ganadores. Y también para que, cuando sea necesario entender lo que ocurrió allí, aparezcan las palabras correctas: genocidio y crímenes de guerra.

Pero puede ser que este planeta cada vez más exhausto de los humanos no nos dé tiempo para ello, puede que nadie venga a preguntarnos luego dónde estábamos y qué hicimos para impedir que aquello ocurriera y nos libremos de la vergüenza de responder: “nada”, que es lo mismo que hicimos ante otras injusticias. Tal vez no tengamos que contarles a esos inquisidores del futuro —si es que nos lo llegan a preguntar— que el problema fue que construimos sociedades que tenían por lema “sálvese quien pueda”.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

5/5 - (3 votos)

Compartir

Te podría interesar