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Esta conversación la habíamos tenido en silencio, en una charla telepática cuando nos veíamos todos los días cada mañana en el espejo. Pero hoy he decidido que es necesario que la escuchen.
Como pocas, decidí que las luciría sin remordimientos, sin pena, enfrentado la curiosidad de la gente que sin resistirse me pregunta al verlas, haciéndome responder con orgullo – sí, son canas naturales.
Por eso, a ustedes mis queridas canas, que desde los 25 años empezaron a reclamarme una amistad a largo plazo, las llevo al aire como un manifiesto contra todo aquello que pretende ocultarlas con vergüenza.
Tal vez no sepan, pero para matizar el mensaje (fatal para algunas personas) que anuncian con su presencia, ahora las han llamado “Salt and Pepper”, como un nuevo estilo que hace un par de años ha ido tomando fuerza en el mundo del Jet Set. La combinación entre el oscuro y el claro en el cabello, mejor dicho, revelar las canas entre la gente de la farándula, ha ido calando en la idea generalizada de verlas ahora como sexy, principalmente en hombres, como una transición en la aceptación al irrefrenable efecto de los años en el cuerpo. Las mujeres en Hollywood se han arriesgado de forma paulatina, y a más de una le han caído encima por dejarse ver como son, mujeres maduras con canas. Otras personas del común no tuvieron de otra que resignarse, cuando en la cuarentena por la pandemia se enfrentaron al cierre de salones de belleza y por estar siempre en casa se ahorraron las molestias y el sacrificio permanente de tener que taparlas. Luego la costumbre se hizo ley, conocieron las mieles de la libertad capilar y se sumaron al grupo de la resistencia.
Pero tranquilas, conmigo algunas otras pocas mujeres que somos desconocidas por las pantallas, ya veníamos desde hacía varios años asumiendo esas ganas que nos daban de dejarlas jugar a plena vista, brillar y combinarse en sus hilos, en contra de todos los esfuerzos del resto por sepultarlas cada vez que ustedes se asoman, porque es inevitable que salgan ¡en todas las partes del cuerpo!
Para mí, ustedes son mi Yin Yang, me hacen sentir en un equilibrio, en esa dualidad espontánea de oposición y de unidad, de inicio y de final. Es en esa mixtura de tonos sal y pimienta, en los extremos del prisma que recogen todas las experiencias vividas, crecen en mí para hacerme pensar y sentir auténtica. Mis queridas canas, con ustedes he aprendido a tenerme más estima, a jugar con sus formas y brillos, a preservarlas ante las insinuaciones de otras personas quienes aún se esclavizan cada tanto con químicos para ahuyentarlas.
Pero también hago mi acto de contrición. Me dejé llevar, lo sé. La presión de muchas personas que me rodeaban en mi juventud me hizo negarlas, y las dejé solas coloreándolas para evitar que se parecieran así mismas. 10 años después las recuperé, ¿se acuerdan? Ese día decidí que nuestra amistad pasaría al nivel del enamoramiento y así las defiendo a pesar de las asociaciones que se tejan porque, al contrario, me fascina el hecho de dejarlas existir, por todas aquellas que hoy están sepultadas bajo otros colores.
Portarlas no es tan simple. Implica una responsabilidad de juicio y demostrar que están gracias a un camino recorrido, tanto así que incluso algunos personajes famosos y del gobierno las imitan en sus cabezas para aparentar alguna sabiduría falsa.
A veces entiendo a la gente. Que crezcan como la hierba en las cabezas es un pronóstico del término de la existencia a la que huye la especie humana. Pero me aferro a ustedes en represalia a toda la colonización de la estética que sobrevalora la juventud y menosprecia la vejez, y producto de ello, a toda una industria que se aprovecha para mantener presos los gustos y consumos, llevándose por delante el medio ambiente y la salud propia.
Queridas canas, hemos aprendido juntas a respetar la diversidad de los muchos colores que florecen en las cabelleras ajenas. Mientras cada quien se enfrenta a su inevitable genética, si alguien se decide y prefiere aceptarlas, estaremos algunas otras melenas llenas de canas como referencia para inspirarles.