Ruido en la mesa

Deshumanizarse es quitarse un poco de humanidad. Usamos la palabra, normalmente, para referirnos a personas que no empatizan con el dolor ajeno o que tienen el valor de la vida tan abajo en su pirámide de valores que ponen por encima siempre algo diferente a lo humano.

Hay varias formas de deshumanizar, unas más sutiles. Por ejemplo, esas con las que nos apartamos de lo humano para pertenecer a un grupo de humanos que son afines por pensar que son un poco menos humanos. Sé que suena raro, pero a ver. No hablamos de temas básicos que nos pasan a todos por cierta vergüenza o pudor, cosas como hacer pipí, levantarse con mal aliento, eructar, el sudor, los pelos extraños que van saliendo con la edad, la menstruación, cortarse las uñas, las lagañas, en fin, tantas cosas. Ocultamos nuestra humanidad que es, además, lo único que nos hace iguales, por miedo a parecer distintos.

Me causa curiosidad que entre más estatus se quiere o se tiene (que actúan igual los que lo tienen que quienes desean tenerlo) más se oculta la humanidad, se desprovee todo su valor, toda su estética, toda su moralidad, todo básicamente. Lo cual es por lo menos asombroso, porque si no somos humanos ¿Qué somos? 

Bajo el nombre de “modales” hemos normalizado posturas incómodas, rituales machistas, comidas poquitas, ropa asfixiante y conversaciones eternamente aburridoras y correctas. Como si entre más incómodo, más aburridor y menos tiempo se le dedique al placer, pues más reputación, admiración e incluso más ingresos se recibe. 

Es increíble, porque los modales solo se refieren a asuntos relacionados con el cuerpo, la forma de comer, de vestir, de entonar, de caminar, de mirar. Pero extrañamente los modales no se refieren a cierto modo de pensar. No nos resultan desagradables temas de la cabeza, del intelecto, de las emociones, ni del espíritu, cuando estos no son bien formados. 

Tal vez los bieneducados con buenos modales, que esconden constantemente su humanidad, terminaron por creer que realmente no son de esta especie animal y, por ello, a sus emociones, ideas y espíritu se les olvidó pensar en los otros humanos. Los bien comportados (estoy generalizando) tienden a tener unas ideas políticas extrañas, una ética que confunde, unos miedos muy particulares. Es fácil verlos bien vestidos, comiendo con seis cubiertos en un mantel blanco y tres copas de distintos tamaños, discutiendo de los “gais”, lo escandalosos que les resultan, sobre los negros entre chistes, de las mujeres con burla, de las mamertas ideas ambientalistas.

Son curiosos sus modales, ponen siempre las “cosas” por encima de las personas, supongo que por eso es más importante cómo se sirve la comida que la misma comida. Los tenedores, que lo que trinchan; la portada, que el contenido; vestido, que quien lo lleva puesto. 

Estos bieneducados me tienen sorprendida, siempre logran despertar eso en mí, pero por estos días donde desnudan su contenido en un simple cartón electoral, sin dar mayores explicaciones, porque no pueden llevar el manual de Carreño a las urnas, me dejaron sin aliento. 

La gente de bien, a la que le combina la cartera con los zapatos y la correa, les parece una locura la gente que lleva los libros que lee a su cabeza, luego a las conversaciones y por último a las urnas.

Los elegantes bieneducados viajan maravillados a Suiza, Dinamarca y Francia, comen en sus mejores restaurantes, conocen bien el café donde los filósofos más importantes del mundo se deleitaron en tertulias, llenas de vino e ideas, pero cuando regresan, pasan por migración, y creo que les retienen la cabeza en la aduana, porque lo que vieron no lo traen de vuelta a su país, no lo manifiestan en su cotidianeidad y por supuesto no eligen gobernantes con esa lógica. Sus viajes son como un paréntesis, donde por unos días se dan permiso de ser gente. 

Los modales son bien extraños, porque están acompañados de mucha pompa, son a su manera ruidosos y visibles, justo para eso se hacen, para mostrar algo de uno, para que los vean. Por eso me pregunto por los modales intelectuales, para que sean vistos, que si pudiera tratar de escribir algunos diría cosas como: 

  • Los seres humanos pensarán siempre en los demás, aunque no los entiendan.
  • Al hablar se usarán siempre palabras incluyentes y sin odio.
  • Vestiremos nuestro espíritu de más amor que de miedo.
  • Comeremos libros y les haremos una buena digestión. 
  • Nos combinarán los pensamientos con las acciones. 
  • Será considerado de mala educación ser más carismático que inteligente.
  • Nadie tendrá que caminar detrás de otro, los vestidos no serán tan largos como para que puedan ser pisados. 
  • Hablar de lo justo no se hará en susurros. 
  • Ser limpio y pulcro no se referirá tanto al cuerpo como a las acciones.
  • Estar bien vestido se referirá a las ideas y las emociones. 
  • La moderación no será para el vino sino para la política. 
  • Sentarse bien será no ocupar más lugares, ni quitarle el “banco” a otro. 
  • Caminar derecho será andar con la frente en alto mirando a todos a los ojos.
  • Un buen peinado será el que no estreche la cabeza. 
  • Todos los zapatos nos los debemos poner para conocer el tamaño de todos los pies.
  • El negro combinará con todos los colores.

Ojalá se nos notara esa otra buena educación tanto como los modales en la mesa. Que ser gente de bien, sea hacer el bien. Que ser elegante sea engalanar el espíritu, que lo bello fuera un buen corazón, que no haya ninguna “cosa” más grande que nosotros mismos, que los viajes sean al alma, que las corbatas solo sirvan para ahorcar nuestro egoísmo, que los tacones solo ayuden a ver y a hablar con un poquito más de altura, que las joyas sean los libros que llevamos puestos, que en las carteras carguemos justicia, que las medias veladas dejen ver nuestra piel. 
Espero que lo que hoy se considera mala educación se convierta con el tiempo en buenos modales, que “en la mesa, en el juego y en la democracia, se conozca al caballero ser humano”.

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