La semana pasada conocí a un muerto, me lo presentaron unos estudiantes de teatro de la Universidad de Antioquia. En Medellín, según me contaron, casi nadie lo conoce más allá de su familia y “unos pocos buenos amigos”. Yo tampoco lo conocía hasta que leí una reseña del director y dramaturgo Mario Sánchez, quien estuvo en el prestreno de la obra que estos estudiantes le hicieron a Juan Guillermo Rúa. “Esto es un homenaje a su vida, pero también a la gente del teatro”, dijo Felipe Caicedo, su director, antes de empezar la función.

La obra— que es un collage de la vida de Rúa— es muy conmovedora. La sensación con la que salí del Camilo Torres es la de haber visto una serie de postales de un personaje cuyo día a día transcurría entre el teatro y el compromiso político con la transformación de una sociedad que consideraba injusta. La suya era una militancia sin filiaciones partidistas que se construía — como el arte mismo— a partir de la observación atenta de su realidad, una en donde los niños dormían en la calle y los jóvenes cumplían sentencias de muerte. “No hay que ser comunista para saber que esto tiene que cambiar” dice Rúa —a través de un actor— en una de las escenas.

La relación entre el arte y la militancia política ha sido muy estrecha. Buñuel, Beatriz González, Brecht, Pasolini, Hemingway y Marta Rodríguez (para no hacerla muy larga) hacen parte de esa larguísima lista en donde confluye la creación artística y el compromiso social. Pareciera que el arte es lo que resulta de una profunda desesperanza y una poderosa imaginación. Diego Sánchez —  el mejor actor que alguna vez pisó y pisará un escenario en Medellín—  decía que a la gente del Matacandelas no le gustaba el país en el que vivían y por eso se inventaron otro. La “desazón suprema” del artista con la realidad lo conduce irremediablemente a la creación de una nueva.

El arte es también un medio de resistencia. En Medellín durante los años 80 y 90 muchos grupos artísticos le plantaron cara a la ciudad del terror. El narcotráfico y la exclusión social desdibujaron todos los límites éticos necesarios para vivir en sociedad. Los artistas se atrincheraron con sus ideas, sus escenografías, sus vestuarios y sus instrumentos; salieron a iluminar los lugares apagados por el miedo, a disputar con la palabra territorios conquistados y dominados por las armas, a cantar y bailar en tiempos de la ley del silencio.

Rúa es un homenaje a Juan Guillermo, a su vida y su obra. Es también una celebración de todas aquellas personas con imaginación poderosa, que creen, pese a la desesperanza, que vivir en un mundo mejor no sólo es posible si no absolutamente necesario. La obra se estará presentado en los próximos días en otras salas de la ciudad. Síganla en redes sociales @ruateatro y vayan a verla.  

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-pablo-trujillo/

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