Escuchar artículo
|
El río es capaz de retratar la luna y también el sol. Es un pintor. Alumbra las noches, cual infinito reflector. De día se encuentra al sol y, de manera contraintuitiva, nos muestra que el agua y el fuego pueden juntarse, hacer el amor. Sus aguas terminan reflejando el sol, llevándolo consigo hasta el más oscuro rincón.
El río reúne, ha sido y será un punto de encuentro. El origen de toda inmensa población, como también de un paseo de olla familiar con cerveza y sazón. El río es alegría, es unión, pero también es frontera y división. Su cauce ha sido involucrado en cientos de litigios que por aluvión, avulsión o para determinar hasta dónde llega una nación. Todo sin siquiera notificarlo. ¡Nulidad por indebida notificación!, exclamaría entonces un abogado cansón. El río no se enteró, pero fundó un país, lo separó y marcó el inicio de una invasión. Como Julio César, que cruzó el Rubicón.
Eso sí, no crean que no se enteró de las guerras en las que, como en los litigios, a la fuerza se reclutó. El río sí sintió las armas, la munición y hasta los vehículos que en sus aguas se arrojaron. Como también sintió los brazos, las cabezas, las cajas llenas de penes y los niños atados con púas a sus madres. ¿Dónde están? Él se los llevó. ¡Condénenlo entonces a prisión! Ya se intentó y de nada sirvió. Encerrarlo es ponerle más muros al laberinto de la verdad. Para qué la cárcel si se busca es liberar lo que se llevó. ¡Abogados cansones!
Como si el río tuviera la culpa de cuidar a los que ya no están. Lo van a hacer enfadar. No se confíen, puede pasar. Cuando lo hace, no duda en arrasar cualquier muralla, parque o iglesia. No cree en Dios. Somos lo que quedó de su avalancha que fundó la vida. Sus aguas dividieron montañas e hicieron túneles sin tener que acudir a la explosión. Es Dios. Imaginen contar con la fuerza de millones de lágrimas de dolor. Es como juntar a las madres. Las locas que estaban diciendo la verdad y pusieron a temblar a los dueños de las armas. Eso es arrasador.
Al río se le debe respetar. No falta el genio que se atreve a desviarlo, partirlo o llenarlo de mercurio. ¿Cómo se nos ocurre obligar a desplazar, contaminar o matar al único capaz de reflejar, unir, comunicar y alimentar (sin tener que cobrar)? Somos capaces de matar al río y a la vez escribir manuales de ética y moral. Cuando se seca, se evapora todo lo que nos quedaba de humanidad. Porque como ya Borges lo notó, el río no solo lleva las aguas, sino también el tiempo. El río es la vida. Nace, fluye y desemboca en la eternidad.
Otro escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/