En el segundo semestre de 2021 más de cinco mil colombianos y colombianas se encontraron en sesiones de conversación de unas dos horas, en grupos de cinco participantes para señalar qué les gustaría que cambiara, mejorara o se mantuviera en Colombia. Eran las sesiones de la iniciativa Tenemos que hablar Colombia. Durante todo el año pasado, se presentaron los resultados de las conversaciones; una amalgama de preocupaciones, ideas, esperanzas y propuestas delimitaban la impresión de un país ávido de cambio, pero no de cualquier cambio.

Sí, el 62% de los participantes quiso hablar de cambio en su conversación, y aunque varias agendas entraron en el diálogo, los dos temas en los que el “cambio” fue más popular como pedido fueron “la política” y la “corrupción”. El segundo y el tercer tema más conversados en todo el ejercicio, respectivamente. Ahora, analizando las respuestas de la conversación, casi que podemos decir que un colombiano que arranca a hablar de política inevitablemente termina hablando de corrupción y uno que arranca hablando de corrupción inevitablemente termina hablando de política.

Nos debería preocupar profundamente que, en la cabeza de los colombianos, pareciera imposible desligarlas; un matrimonio terrible que nos trunca las esperanzas de un futuro mejor. No son solo los resultados de Tenemos que hablar, casi todas las encuestas de opinión señalan la desavenencia de nuestros compatriotas con los políticos, las instituciones de representación democrática e incluso, una reducción en la satisfacción con la democracia, explicada en buena medida por la altísima percepción de corrupción que tiene el país.

Uno puede interpretar una petición de “cambio” como una urgencia; algo que debería transformarse en el corto plazo y de manera significativa. Los colombianos y colombianas que conversaron en Tenemos que hablar Colombia nos pidieron una revolución (un cambio extremo) en política, particularmente, porque la consideran amarrada a la corrupción. Y esta es mayor razón para ver los últimos episodios de la política nacional con tristeza.

El agotamiento que sentían millones de colombianos en 2021 y que en buena medida definió sus decisiones electorales en 2022 estaba claramente relacionada con esa expectativa específica de la manera en la que se hace política en Colombia. Otra defraudación a esa esperanza puede resultar muy costosa para la democracia colombiana. Costosa no solo por la insatisfacción ciudadana, sino por las implicaciones de esa nueva decepción. Por las decisiones posibles de una ciudadanía nuevamente exasperada y desilusionada.

Los colombianos y colombianas estaban pidiendo eso, una revolución política, no necesariamente una política revolucionaria. Cambio en la manera en la que se hace política, no tanto en las políticas. Cambio para que al volver a hablar de política la cosa no caiga inevitablemente en una conversación sobre corrupción y que cuando hablemos de corrupción, sea respecto a las maneras en las que la estamos enfrentando.

Mientras que los políticos no hagan un esfuerzo sustancial, sincero y sistemático de cortar con esas ideas de que “así se hace política”, “así se llega al poder” y “así lo hacen todos para ganar”, el cambio que esperan los colombianos seguirá siendo una promesa incumplida. Otro eslogan engañoso.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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