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Ninguna revolución externa empieza sin una revolución interna. Todo lo que queremos ver manifestado afuera tuvo que sembrarse inicialmente dentro de nosotros.
Las personas queremos cambios, soñamos ser testigos de grandes transformaciones sociales, políticas, ambientales y económicas. Nos pasamos la vida queriendo cambiar el mundo desde el deseo manifestado en conversaciones cotidianas o desde nuestros lugares de trabajo, pero pocas veces nos detenemos a preguntamos por qué no avanzamos más rápido; cuál será la razón de estar detenidos a pesar de tantos esfuerzos por crear mecanismos para superar la pobreza, la crisis climática, la violencia sistémica, la inequidad de género, la exclusión racial.
No tengo la respuesta, pero sí la intuición de que la velocidad es lenta porque nos saltamos un paso fundamental antes de emprender proyectos frenéticamente. Nos detenemos con muy poca frecuencia en la pregunta requerida, y si lo hacemos, lo hacemos superficialmente. ¿Qué es lo que debe transformarse en nuestras vidas para acelerar el cambio?
Esa frase de Ghandi que convertimos en un cliché contiene hoy más sabiduría: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Parece una simple frase de cajón o de cuaderno hippie, pero realmente es compleja, profunda y difícil. Parafraseando a Ghandi, habría que preguntarse: ¿cuál es el cambio que quiero ver en el mundo?
Todos coincidimos en querer ver un mundo más equitativo, más justo, más libre, más próspero, menos violento. Y aunque no lo queramos lograr por los mismos caminos, nos une el bienestar común, que incluye el individual. No conozco a nadie que no lo desee, que no lo diga. Pero sucede que quienes lo deseamos, no hacemos del mundo ese lugar.
Es por eso que tiene importancia hacerse más preguntas, unas más complejas y profundas: ¿qué significa ser y encarnar ese cambio?, ¿qué tengo que ver yo con esa transformación?, ¿por dónde empiezo?
Considero que las respuestas a estas preguntas no son fáciles ni se resuelvan rápido, ni tienen que ver con el lugar de trabajo de las personas o con lo que decidimos estudiar. Desde mi punto de vista, la revolución interna es el camino de transformación personal, espiritual, emocional y hasta física, que implica ponerle más atención a ese ser humano que somos, ese que tiene creencias limitantes, heridas del pasado, cargas ancestrales, ansiedad del futuro, miedo al qué dirán, falta de confianza en sí mismo, poca empatía con lo desconocido, juicios heredados culturalmente y desconocimiento de nuestros propios cuerpos.
Si dedicamos más tiempo a la labor fundamental de transformarnos individualmente, sin duda generaríamos más impacto afuera y podríamos acelerar el cambio global. Ese camino requiere tiempo, constancia, disciplina y algunos dolores que surgen de mirarse al espejo desnudos. Por eso pocos quieren pasar por ahí, porque no quieren remover el piso que los sostiene por temor a caer, y deciden seguir plantados sobre suelo conocido aunque implique estancamiento. Lo cómodo, aunque aparentemente seguro, es riesgoso, pero ahí se plantan e instalan muchos.
Hay que reconocer que hoy hay más decididos a despertar del letargo de lo conocido, que buscan respuestas sobre ellos mismos, que están modificando los códigos, que están creando empresas, organizaciones, movimientos y conversaciones que despegan con fuerza, que se sitúan en territorio transformador y se están revolucionando profundamente. Nada de eso está sucediendo desde liderazgos tradicionales que no se auto observan.
La clave del éxito de las mujeres y los hombres líderes que admiramos por justos, innovadores, amorosos y disruptivos no tiene nada que ver con un ABC de técnicas para ser más productivo o devorar muchos libros en poco tiempo. Aunque eso aporte como información, lo verdaderamente valioso radica en lo que hacen rutinariamente para conocerse a ellos mismos, evaluar con detenimiento, mente abierta y honestidad los procesos por los que pasaron, los temores que tuvieron, observar sin juicios , ni dogmas, ni moralismos los cambios en la percepción de sí mismos, la humildad que les implicó despojarse de la importancia personal, la fuerza que necesitaron para encontrar su fuego interior, lo que tuvieron que hacer para actuar con compasión con los demás, y reconocer agradecidos el apoyo de aquellos a quienes tuvieron que acudir humildemente para ayudarlos y, finalmente, aceptar que se tiene el control de casi nada.
Esos que se revolucionaron por dentro, están haciendo revoluciones afuera. Esos que decidieron atravesar los sótanos de sus propios infiernos son los que hoy están abriendo y mostrando la senda a caminar. Sumarse a la revolución personal es aportar a la revolución del mundo y es nuestra única responsabilidad.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/