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Construimos diferentes propósitos durante nuestras vidas. Ser el mejor de la clase; graduarnos; estudiar X carrera; montar algún negocio; comprar un apartamento; tener un trabajo o un cargo determinado; etc. Atravesamos los días buscando una razón, un motivo cualquiera para esforzarnos más, para madrugar, para levantarnos. A veces lo conseguimos. Nos alegramos, disfrutamos, saltamos, lo recordamos por siempre. Otras veces no llegamos, y por eso nos frustramos. Casi siempre esperamos a fallar o a lograr nuestro propósito. Rara vez nos detenemos en medio del camino.
Mabe tenía un propósito profundo. Debía ganar el Concurso del Cuento Juvenil. Se trataba del concurso más importante de América en su naturaleza. Para ello, debía enfrentarse a todos los competidores de Colombia. Si ganaba, pasaría a la ronda internacional, donde sus cuentos competirían con los de los participantes de todo el mundo. Para entonces, tenía 20 años. Era flaca, morena y de ojos color macchiato. Desde pequeña su familia había confiado en ella para ser escritora. Su padre le decía que tenía un gran talento, que se la imaginaba con miles de libros, pero nunca había leído una sola frase escrita por su hija. Su madre era periodista en un periódico famoso. Le decía que la clave era contar una buena historia.
Mabe contaba con la confianza y el apoyo (sin dejar de lado la presión). Sabía que tenía que ganar. La universidad la inscribió en el concurso estando apenas en segundo semestre. Era la más joven en intentarlo, o eso le decían y eso se creyó (más presión). Ese año fue eliminada en la ronda nacional. Se frustró, pero el año siguiente volvió a intentarlo. Volvió a ser eliminada. La tercera será la vencida, pensó. Tampoco. Mabe se aferró a la idea de ganar el concurso, dejando atrás la vida misma. Dejándose atrás a sí misma y a su vida en la universidad.
Por eso escribo sobre la importancia de amar lo que somos y desprendernos de lo que quisimos ser. Desamarrar los nudos que la vida nos pone. Reconocer nuestros límites y no ceder terreno para ser algo que alguien más quiere que seamos. Renunciar a un propósito es un acto de valentía. No es otra cosa que comprender lo que somos y abrazarlo antes de dejarlo perder. Mabe terminó aprendiendo eso a la fuerza. Comenzó a vivir con sus herramientas propias después de casi perderlas todas al limitarse a hacer lo que los demás querían que hiciera. ¿Para qué esperar hasta el final? Renunciar al propósito, como renuncio a seguir escribiendo esta columna antes de rebuscarme un buen final.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/