Reimaginar el capitalismo

Reimaginar el capitalismo

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Es necesario comenzar este texto con un hecho que no deja de ser controversial: el capitalismo es el sistema que, entre los demás, ha probado tener resultados sostenidos en el tiempo, aún con sus defectos inherentes. La Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Cuba, Venezuela y Corea del Norte ratifican el fracaso que tienen otros modelos, como el socialista o comunista, para brindar bienestar social, económico y político. La historia ha evidenciado su inviabilidad como modelos absolutos.

Probablemente haya quien discrepe de lo anterior y ponga como ejemplo a los países nórdicos, pero vale recordar que estos no son países socialistas, son en esencia monarquías constitucionales. La contundencia de los datos los pondría en una posición de desventaja. Sherlock Holmes, el famoso detective creado por Sir Arthur Conan Doyle lo diría con más claridad a su amigo Watson: “es un error capital teorizar antes de tener datos. Sin darse cuenta, uno empieza a acomodar los hechos para que se ajusten a las teorías, en lugar de que las teorías se ajusten a los hechos.”

Con esto no pretendo hacer una apología al capitalismo. Este sistema ha cometido muchos errores. Lo que podemos hacer, entendiendo que es el sistema que ha mostrado ser más sostenible, es pensar cómo lo podemos mejorar, cómo lo reimaginamos. Para ello, lo primero que debemos hacer es reconciliarnos con el término. Decir capitalista hoy se interpreta más como un insulto que como una virtud. El capitalismo es susceptible de ser mejorado. Personalmente creo que es posible tener un modelo que sea rentable, equitativo y sostenible, que acelere el desarrollo de las sociedades de una forma integral. Para lograrlo es importante reencontrarnos con el rol que desempeñan las empresas en una sociedad, cuál sería el mejor modelo de relación con los gobiernos; cómo sus negocios, además de generar utilidades, favorecen a un barrio, una ciudad y un país, en fin, cómo generan valor compartido sin destruir al planeta.

Es evidente que retar al status quo no es tarea fácil, pero es posible. Toma tiempo para ver las victorias que este puede generarle a cada ciudadano. Por suerte tenemos todas las ventajas que brinda el siglo XXI, en especial en materia de tecnología. La tarea más importante es cambiar la emoción que gobierna a quienes ven en el capitalismo el final de los tiempos. El  biólogo Edward O. Wilson decía: “el problema real de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina”. El capitalismo no se trata únicamente de personas obsesionadas por generar riqueza individual; puede ser generoso y tener una visión superior más allá de la rentabilidad. Así lo sugirió Larry Fink, CEO de Black Rock, al mencionar que la sociedad demanda que las compañías, tanto públicas como privadas, deben perseguir un propósito social y, que además de la generación de valor, deberían promover cambios positivos en los lugares donde operan.

La teoría que postulaba que una empresa está únicamente para hacer plata ya ha evolucionado. Es difícil encontrar hoy a un empresario o una empresaria serios que aún piensen así. Son conscientes de que, si gestionan las organizaciones bajo esa perspectiva, en el mediano plazo no habrá empresa para dirigir.

No obstante, hay una parte de la población que parece alérgica al término. Que al escuchar el término capitalismo instalan una barrera; que no quieren escuchar e, incluso, entender el modelo en sí mismo. El eje del debate político (que es un tema del que hablaré en otro espacio) los ha radicalizado, imposibilitando con ello la llegada de ideas que ellos mismos pudieran dar para mejorar este sistema que, mal o bien, ha sido el que mayor libertad nos ha dado.

¿Qué tal, entonces, si en lugar de despreciar al capitalismo buscamos la forma de mejorarlo?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/andres-jimenez/

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