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Compadre, acá la luz es más cara que en cualquier lugar de Colombia. Erda si sufre uno con los cortes y apagones de la empresa pública. Como será la cosa maluca que los cables que usted ve en Santa Marta sirven más de columpio para los animales que para pasar energía. Joda!

No me pude resistir ante tal imagen, bajé la ventanilla del vehículo en el que iba y desconectándome de la conversación con quien me narraba las afugias que se viven en una de las ciudades con los precios más altos de servicios públicos en la región Caribe, me sumergí en la ficción como forma de respuesta ante tal hecho macondiano.

Sorprendido vi pasar un grupo de arguillas eléctricas por los cables de Santa Marta, un cruce de especies jamás vista, entre una ardilla familia de los roedores y una anguila, pariente cercana de los peces. Al parecer, para estos inusuales seres del Caribe, la luz es como el agua en tanto que su naturaleza está marcada por un fluir constante, que han llamado iluminados y noctámbulos: la vida. Sin perder de vista dicho descubrimiento, aposté que, en algún lugar cercano, un medidor monofásico se dispararía si de esto dependiera acabar la oscura noche que tiene a una de las ciudades más turísticas de Colombia con la percepción más baja en temas de servicios públicos.

Estudios rigurosos sobre arguillas eléctricas, demuestran que por los meses de julio y agosto los machos dedican sus energías a cortejar a las hembras por medio de intrépidas maniobras dignas de un acróbata de Pescaíto, quien intenta de forma fraudulenta iluminar su hogar argumentando que sus ingresos diarios son inferiores a los $10.000 y necesita alimentar a su familia.

A plena luz del día, pocos transeúntes logran ver el despliegue de vitalidad con el cual solo un puñado de machos son aceptados. La mayoría fracasan en sus intenciones de conectar con la hembra. Sin más objetivos que lo sujeten a la tierra cometen acuicidio. No sin antes dejar claro que el día que se hizo la luz, Santa Marta no tenía cables y pagar el recibo de la energía no desvelaba a nadie.

Será obvio para los Edisonianos, acérrimos creyentes de Thomas Alva Edison: ¡lo que por luz vino, por luz se va! Pero para los habitantes de Santa Marta no contar con empleos bien remunerados y subsidios según estratos socioeconómicos, evidencia las profundas desigualdades en el acceso a servicios básicos, al tiempo que deja a sus habitantes en el plano de la ficción donde para ver correr la energía deberán imaginarse criaturas coherentes, enigmáticas y eléctricas.

Ante el insistente llamado del conductor que me transporta, salí del trance que provoca la imaginación. Me bajo del carro y mientras camino veo dos ardillas que se pelean en un cable, un semáforo no alumbra, se promocionan masajes, una mujer con un niño en brazos me pide una moneda para darle de comer, pasa un bus escalera con turistas de todos los colores y acentos, veo el sol que a todos nos cubre por igual con su luz, pienso en la arguilla, tomo energía y sigo.

Ahora se corre la voz de que en playas cercanas tiburrones rebuznan al paso de turistas y migrantes. ¡Erda paraíso!

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