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Hace unos días tuve la oportunidad y el privilegio de subir a los pies del Nevado del Tolima, uno de los pocos picos nevados que quedan en el país. Allí pude experimentar la mejor definición de belleza y serenidad posible. Una experiencia que solo se da al conectarse con el entorno natural y sentirse una parte pequeña de todo un mundo.
Una de las experiencias más valiosas que tuve fue hacer parte de una comunidad de personas que trabajan en conjunto y que viven en armonía. Los guías, los visitantes y los habitantes cumplen un papel esencial, son parte de un todo; sin ellos nada sería posible.
Además de esa experiencia espiritual tan fuerte, entender un poco el papel que juegan estos ecosistemas y la relación que hemos tenido con ellos me permitió experiementar la desoladora sensación del exterminio que estamos desatando.
Estos lugares sobreviven a partir de la resiliencia y el deseo de vida que expresan con cada rama, cada hoja, cada pluma y cada gota de agua, pero las motivaciones aceleradas e irracionales de nuestra sociedad los tienen en situaciones casi irreversibles. Por eso hablaba del privilegio que fue poder visitarlo, porque en algunos años no va a ser posible.
Lo peor es que no pareciera haber mucha conciencia y deseo de hacer las cosas diferentes. Vivimos como si no existieran, pero no sé cómo vamos a vivir cuando no estén. Ahora hasta rumbas y conciertos se hacen en este lugar, lo que muestra la cara más macabra y absurda del ser humano: creerse tan omnipotente, suponer que todo es posible.
No me voy a cansar de insistir en la importancia de ser capaces de darle a la naturaleza el valor que tiene en sí misma, no el que nos genera a nosotros. Ese ego no deja ver más de la propia nariz.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/