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Miguel Silva

¿Quién se pone la 10?

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Desde hace más de una década, en mi corazón se anidan sentimientos por dos ciudades: Bogotá me vio nacer y Medellín me adoptó. Mantengo un permanente ir y venir entre ellas. Pienso mucho en eso durante el corto vuelo en avión que las une o en el largo viaje por tierra que las separa. No soy ciudadano del mundo sino de estas dos ciudades. Ciudadano, en un sentido amplio, entendido como el urbanita que se preocupa y que toma partido en la polis.

Cada que puedo comparo las dos ciudades. Es inevitable. En cada una me preguntan por la vida en la otra. Argumentos van y vienen. He tenido que lidiar con los regionalismos, que los hay en ambos lados, reconociendo en las dos ciudades la riqueza de sus luces y sus sombras. En ninguna de las dos soy un turista. En las dos me implico.

Por esa razón (especialmente ahora que al parecer lo necesario para mi vida es volver a pasar una temporada larga en Medellín), he venido conversando con algunos conocidos sobre el futuro de la ciudad. Hay bastante preocupación por el estado actual de la ciudad y por los efectos negativos del cuestionable gobierno de Quintero que podrían agravarse aún más si ese grupo político repite alcaldía. Está dentro de las posibilidades.

Esta coyuntura, que para muchos es una crisis, se está convirtiendo también en una oportunidad para repensar la ciudad, desde lo colectivo. Sigo insistiendo en que Quintero es solamente un síntoma de algo que ya venía mal, pero que está tocando fondo. ¿Qué tuvo que pasar para que Medellín terminara en manos de Quintero?

Así las cosas, el esfuerzo no puede ser simplemente armar una coalición contra Quintero, sino emprender un gran esfuerzo colectivo y pluralista, con gente que tenga el carácter de mirarse al espejo y tenga la voluntad de corregir los errores cometidos.

En estos días, de implicación un poco más profunda en las conversaciones sobre Medellín, he visto a mucha gente quejarse de la cantidad de precandidatos a la alcaldía para las elecciones del próximo año. Unos dicen que son veintitrés, pero en otras cuentas la lista puede ser incluso más larga y, en cualquier caso, con pocas mujeres. Las críticas a esta proliferación de aspirantes tienen en común un gran temor a que se repita el escenario en el que ganó Quintero: una atomización electoral y la incapacidad para llegar a acuerdos. ¿Volverá a suceder?

De entrada, no creo que la cantidad de candidatos sea un problema tan grave faltando un año para las elecciones. Por el contrario, la diversidad de voces me parece un buen síntoma y, si se quiere, una materia prima formidable para los necesarios ejercicios de deliberación. Lo que sí considero inconveniente, y un riesgo inconmensurable, es que desde ya se estén planteando líneas rojas y vetando personas sin tener siquiera claro un propósito. Hace ocho días lo pregunté y lo seguiré haciendo ¿cuál es la agenda Medellín? ¿las personas o los problemas?

He escuchado decir también, a manera de lamento, que ninguno de los aspirantes tiene la “altura” para asumir la tarea de ser alcalde de Medellín. No lo comparto, pero no quiero concentrarme en esta discusión sino en proponer una alternativa. Sí, se requieren individuos, uno en particular, con ciertas características y virtudes. Se requiere a uno de esos personajes que denominamos “líder”, para que encarne un propósito, pero también se requieren otro tipo de liderazgos para que la vaina coja un buen rumbo. La respuesta al problema que hay que definir mejor, y del cual Quintero es solo un síntoma, no está en un caudillo sino en una acción colectiva.

En otras palabras, se necesitan candidatos, pero también buenos negociadores. Seríamos excesivamente optimistas si nos quedáramos esperando a que los candidatos, por sí mismos, lleguen a un acuerdo alrededor de una candidatura única que represente un propósito ciudadano amplio y plural. Por eso se requieren liderazgos con capacidad y legitimidad para la mediación. Que faciliten espacios para la conversación y para la construcción de acuerdos. De esas personas que tras bambalinas logran lo que, sin su discreta intervención, sería improbable.

No quiero desconocer espacios que se han venido gestando en Medellín siguiendo esta ruta. Sé, por lo que me cuentan, que la iniciativa ‘Liderario’ ha venido dando pasos en esa dirección., logrando poner en práctica, en pequeña escala, la idea de construir acuerdos mínimos haciendo a un lado las diferencias.

La invitación es para que quienes critican la lista de los 23 precandidatos y quienes anhelan la llegada de un mesías, a que más bien se pongan la 10, sirvan de negociadores y tiendan puentes; también, para propiciar múltiples conversaciones, incluso aquellas que a simple vista parecieran improbables; para recomponer relaciones que en el pasado se han fracturado y para aclarar malentendidos.

Se necesitan buenos políticos candidatos, pero también buenos políticos componedores. No necesitamos líneas rojas, necesitamos propósitos.

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