Que vivan las mujeres

Por televisión alcancé a ver al cantante sudoroso batiendo el cuerpo al son del pique del acordeón. El programa mostraba unas imágenes de archivo de un concierto, mientras entrevistaban al intérprete promocionando su último sencillo musical. Durante el programa en vivo, el vallenatero hacía uso de un recurso trasnochado para avivar a su público. Con un grito se oía en voz alargada ¡Qué vivan las mujeeeereeeees! je je je je mientras saltaba y agregaba la pregunta con la sonrisa congelada, Dónde están las mujereeeesss…  

A las mujeres las llaman, siempre en parranda o fiesta, cuando el animador necesita medir el nivel de gozo. El asunto es verlas saltar y gritar. En esos momentos el barullo de gritos agudos sale a demostrar que ahí están. Mujeres saltan para hacerse notar, para que no quepa duda de que están vivas cuando preguntan por ellas. Las canciones las llaman para asegurarse de que el momento es como ningún otro. Se usa entonces como un medidor, como una especie de divertómetro a partir de la intensidad del grito de respuesta de las chicas en medio de su euforia. 

Pasa con casi todas las canciones tropicales que incitan al brincoleo. 

No hay cantante tropical en concierto en vivo que no lo pregunte. Vivir en un país  latinoamericano nos ha hecho escuchar este llamado muchas veces. El vallenato, la salsa, el merengue y ahora el reguetón nos clama. Cuando hay música guapachosa la fiesta sin mujeres no es fiesta y el baile sin mujeres no es baile. Jorgito Celedón, de la nueva ola del vallenato pop, se dejó tentar por allá en el año 2001 por la dedicatoria a las mujeres y por eso el estribillo de su canción ¡Qué vivan las mujeres! recuerda lo ricas y sabrosas que están. 

Pero no solamente la música tropical cae en su esfuerzo romántico de querer vivas a las mujeres. La ranchera made in Colombia también. Haga la prueba. Métase en internet y en un buscador ponga la frase “qué vivan las mujeres” y lo primero que le va a salir es la carátula del fondo violeta con la foto de Galy Galiano posando mientras abraza una guitarra acústica. El cantautor colombiano es posible que ni siquiera se haya enterado que usó el color que representa la lucha feminista como escenografía para su foto de portada, mientras la letra de la canción enaltece a las mujeres como la creatura divina, ese delicado ser sacado de una costilla “para adorarlas tanto hasta llenar el alma o matarnos de amor dice. Y con ejemplos como esos nos tragamos la costilla entera sin masticarla. 

Es curioso. Cuando fuera de la rumba las mujeres nos tomamos las calles para gritar con lamentos que nos están matando, entonces es una exageración.  Y el tema va que cuando decimos en arengas que vivas nos queremos, entonces tampoco es agradable.  Y no falta la que perturbe la conversación tan sabrosa que se tenía con el combo amiguero porque cuestionó el chiste que ridiculizaba a las mujeres.  Cuando levantamos la voz porque hay algo que no nos deja vivir, entonces ya no es gracioso. Se apaga la música, se daña la fiesta. 

Esa misma sociedad que las llama, también las calla.  Los feminicidios y violencias contra las mujeres hacen parte ya del reporte regular de Medicina Legal. Todos los años, la suma de cifras viene acompañada con los detalles de las cada vez más refinadas y premeditadas formas de matarlas y agredirlas. Si no fue porque el marido le dijo “si no eres mía, no serás de nadie” o porque estaba bien provocativa luciendo un sensual pantalón y camisa del uniforme diario de la empresa donde trabaja, tan irresistible que no pudo “contener” al violador que la pilló esperando el bus que la llevaría a su casa.  A otras las queman vivas o les arrojan ácido en la entrepierna y en la cara.  Y se justificará con una afirmación que no dé lugar a ambigüedades, porque eso le pasó por ir sola a esas altas horas de la noche, o porque quién la mandó a meterse con el tipo equivocado o a ponerse esa falda tan corta. Así nos enseñan a ver los hechos como si fuera producto de un momento de sofoco, por los celos, porque se supone que así es el amor. 

El Observatorio Colombiano de Mujeres informó que los reportes de casos de violencia intrafamiliar entre 2020 y 2021 crecieron en 11.727 a través llamadas a la línea nacional 155 para orientación sobre violencia intrafamiliar, es decir un incremento de un 98%. De estas llamadas, más del 90% fueron realizadas por mujeres. 

Podría haber escrito esta columna hace 10 años y tristemente la lectura seguiría siendo la misma. Con pesar podría afirmar que en cinco años la cosa estará parecida. Siguen matando y lastimando a las mujeres que decidieron que querían terminar con el novio, o que reclamaron al marido la justa cuota de alimentos por la cría compartida, o porque ese día alguna quiso ir a divertirse con las amigas y gritar aquí estoy cuando el DJ preguntara en la fiesta, pero ella nunca llegó a su casa.  

Así somos. Nos acostumbramos a usar a la gente solo cuando se necesita. Y las mujeres hemos vivido siendo usadas en la historia. Nos usan para hacer una histeria en cualquier rumbeadero, ponernos a posar muy bonitas en la entrega del premio de otros, o adornar los videos, fotos y escenarios sin remilgos. Ellas, nosotras, las mujeres bien dispuestas, debemos estar servibles cuando nos llamen. Dónde están las mujereeeesss… ya la pregunta reiterativa también pareciera una estrategia para mantener al rebaño junto, como para no dejarnos escapar del lugar. Qué vivan las mujereeeees, y algunas felices saltando tampoco parecen enterarse de lo que significa en el fondo que, poco a poco, a otras las vayan desapareciendo sin siquiera pedir o imaginar su propia muerte. 

Entonces señores, a hacerse responsables de lo que se pregona con todo y música. Qué vivan las mujeres. No de forma discreta ni conveniente. Entonces, señoras, mientras están ocupadas saltando y haciendo una bulla en la rumba de turno, cuando alguien pregunte si están vivas, háganlo a voz en cuello, por todas las que no lo pudieron hacer, por todas las que quieren y no pueden decirlo por miedo. Mientras tanto, otras mujeres vivas y en todas partes seguiremos alzando la voz por fuera de la fiesta, aun cuando la música ya no suene.

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